Descripción geográfica. La cuestión minera y el conflicto social letente.
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Ruta provincial 11, Camino a Gan Gan |
_ ¿Cuánto tiempo tengo para pensarlo?
_ Y… poco. En media hora estoy en la ruta.
La invitación de mi viejo de acompañar el viaje de comisión del
organismo de tierras fue sorpresiva, súbita y espontánea, y ninguno de
estos adjetivos se redundan ni exageran. La cámara, un libro, un
cuaderno y una campera fue el equipaje básico que pude priorizar y a los
pocos minutos ya estaba parado frente a la camioneta, esperando que
carguen los bolsos.
Luego de pasar de largo las localidades del
valle inferior del río Chubut nos desviamos por una ruta de ripio
consolidado, hacia el norte de la provincia. La huella estaba bien
marcada y el camino de ida fue rápido: cuatro horas desde Playa Unión
hasta Gan Gan, en una ruta reclinada hacia la meseta patagónica y a un
promedio de velocidad de 120 kilómetros por hora en buena parte del
tramo empedrado.
Siempre estuve convencido que la región de la meseta era la típica
flora de un clima árido, de puras matas achaparradas. Pero salvo la
parte a la salida de Trelew y la zona norte de Gaiman y una vez que
pasamos por Bajada del Diablo y Bajada Moreno aparecen mallines de pasto
tierno –lo más parecido a un prado pero en clima frío y ventoso- regada
posiblemente por surgentes. Las estancias se vuelven más pintorescas,
abrigadas entre los cerros y con animales de pastoreo de buena salud y
buena lana pese a los meses críticos por las secuelas de la ceniza que
diseminó en el sur el volcán Peyehue en el país trasandino.
Dejando
atrás Chacay Oeste, la línea de montañas que nos cortaba el horizonte a
poco de salir de viaje dejan de ser azuladas y se tiñen de morado, se
distinguen detalles de las laderas y los pliegues de la cumbre son menos
suaves y más grandes.
Gan Gan es un pueblo paisano. Más bien un
caserío pero que ya cuenta con sus mil habitantes y otro puñado contando
los que están desparramados por las estancias. Montenegros capitalizan
por aquí la historia conveniente; y los apellidos nativos, como usted y
yo más o menos lo intuimos. Claro, ya predomina el criollaje
Entre
una cena y un almuerzo de lo que duró nuestra estadía probamos chorizo
casero, carne de capón y un sabroso pero muy grasoso piche (animal
salvaje, similar a la mulita pero más pequeño) que se acompaña con vino
–a costo de sufrir un empacho si lo remplaza por agua o gaseosa-.
Antes
de la cena, unas horas después de llegar, los miembros de la comisión
se juntaron en el comedor y entre rumi, truco, picada y fernet esperaron
la primera y abundante comida. Hay una verdad casi universal: uno llega
a un lugar así y se tienta con vestirse un poco como criollo, hablar
como paisano y pensar como gaucho. A todos nos pasa en mayor o menor
medida.
“El camino está bueno. Mucho tránsito. Las mineras van
‘pacá y pallá’” comentó un miembro del organismo que ya ha venido a Gan
Gan una docena de veces. El director de la comuna lo mira como perdido,
reclinado y encorvado en su silla, y luego asiente con la cabeza.
La
minería es la cuestión emergente. De a poco se abre el debate sobre qué
hacer con los minerales que tiene la tierra de la meseta; el gobernador
ya lo anticipó y las empresas se dieron sus licencias para hacer los
estudios, para escarbar la tierra y ver qué se puede sacar. Hace unas
semanas, un diario regional anticipó que en la actualidad hay 135
proyectos mineros en marcha, todos recién en etapa de prospección,
dominado por empresas canadienses e inglesas y la mayoría en el
departamento de Gastre, donde se encuentra el pueblo de Gan Gan y la
localidad del departamento homónimo.
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Ocaso y tierra en suspensión en la meseta. |
Hasta ahora, los
yacimientos minerales de los últimos años están vedados a la explotación
luego de que la ciudad cordillerana de Esquel se opusiera en el 2003 a
lo que sin vueltas llaman minería contaminante. Sin embargo, en esta
zona, las tareas de exploración y análisis son constantes. Camionetas
japonesas de última generación, con doble tracción y equipos de
seguridad entran y salen por los caminos rurales, no tienen ningún
ploteado en la carrocería; quizás para no encender la alarma de los que
algunos peyorativamente llaman “ambientalistas”.
El gobernador lo
dejó bien claro: una explotación minera tiene que reunir tres cosas:
licencia ambiental, licencia económica y licencia social. La social es
la más conflictiva. Las posturas públicas (porque las posturas
científicas son suspicaces e interesadas) se volvieron irreconciliables:
los que quieren el trabajo y los que quieren salud.
En el corto
pueblo uno de los pocos paredones tiene una leyenda confusa: en letras
negras se lee un “No a la mina”, y encimadas en las mismas letras con
pintura roja y trazo más fino un “Sí a la mina”. Lo curioso y vago es
que firman “Los mineros”, pero con pintura negra.
La entrega de
título de los terrenos que vino hacer el organismo es al menos oportuna:
en un año los precios de esas tierras se podrían disparar si de pronto
se hace efectiva la explosión mineral. Es una incógnita si la tierra y
el agua pueden resistir saludablemente a la minería; aunque al menos
--miserable consuelo--, los paisanos serán dueños de sus casas.
Ya
me estaba por dormir en la mansa noche del pueblito y tras dar un paseo
nocturno por las calles me quedé pensando que no se qué cuernos tenemos
que entender con eso de la patria. Aunque hacer patria debe ser algo
parecido a vivir en Gan Gan. Me rodaba en la cabeza cómo uno puede
terminar viviendo en un lugar como Gan Gan. No lo digo con desprecio,
sino todo lo contrario: cómo se cae desde otro lugar (y me he cruzado
con gente de otros lados de Chubut y hasta del norte de nuestro país) a
un pueblo que ocasionalmente no tiene señal de telefonía celular y sólo
lo comunica un colectivo de línea una vez a la semana, con las ciudades
más o menos grandes a más de 200 kilómetros de distancia y por ruta de
ripio. De qué podría escaparse uno por acá.
De regreso a Playa
Unión cambiamos el trayecto por el que llegamos. Una ruta paralela al
norte, que no tenía buena huella y de la cual sólo pudimos pasar los 100
kilómetros por hora en tramos cortos, interrumpidos por badenes que
forzaban el frenado y con 90 kilómetros de distancia más extenso.
Pasamos por Telsen, un pueblo que me dio una sensación enérgica; quizás
por el horario: los chicos salían del turno escolar vespertino.
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En la inhóspita ruta cruza la línea de alta tensión que va de la cordillera a Madryn. |
Acá
sí: la ruta se parecía más a lo que imaginaba antes de este viaje:
aridez, choiques y guanacos, y muy poco tránsito, sólo un camión
cisterna de combustible al costado de la ruta. Fuimos saliendo de la
meseta hacia el este, ya declinando geográficamente cuando se empezaron a
divisar los enormes molinos de viento del litoral atlántico. Con la luz
anaranjada y rasante del atardecer iba alargándose la sombra de nuestra
camioneta.