Cuando éramos chicos, con mi hermano y un ejército de primos
estábamos convencidos que la fruta del diablo era un fruto diminuto, de color
rojo transparente que nacía de una mata que teníamos en el baldío, mucho más
pequeña que el calafate y la rosa mosqueta que también se encuentra por la
Patagonia. Fue un buen primo quien me advirtió que no me atreviera a comer ni
uno, ya que si masticaba la pulpa podían pasarme dos cosas: o que el culo se me
cerrara para siempre o que nunca más participara de la cofradía que hacíamos alrededor
de esa mata en el fondo del baldío, donde cada tanto se hallaban sospechosos
frascos de vidrio marrones con goteros, y donde conversábamos sobre el último
25 disputado. Claramente, como en ese momento no sabía qué consecuencias podía contraer
lo de que se te cierre el culo para siempre, me aterró que me excluyeran de ese
momento fraternal de pueblo y de la infancia.
Pero pasaron muchos años hasta que finalmente entendimos que
el famoso fruto del diablo no era ni la manzana, mucho menos el plátano, y ni
siquiera ese fruto rojo que hasta el ganado extensivo se rehusa a comer y del
cual no conocemos ni el nombre. El fruto del diablo, es sin dudas la cereza
patagónica (bien nacida de un árbol frutal y no una mata) con la que nuestra mandataria se propuso ni más ni menos que obtener
la capitulación de las bien nutridas defensas persas.
Tras una delicada y riesgosa operación donde el mismísimo
Khalifa bin Zayed al Nahayan, jefe de Estado de los Emiratos Árabes Unidos y
mandamás del palacio Al Mushrif, terminó siendo conquistado por el poderoso
fruto que envió el mismo Satanás, que en esta cuestión no es neutral y juega
para los patagónicos, y según especulan algunos de los adelantados, el kalifa
tendría las pupilas tan dilatadas que de ahora en más ningún banquete de la
región (y si hay algo de lo cual saben bien los árabes es de banquetes y
mujeres), podrá carecer de cerezas patagónicas. Efectividad cien por cien,
llaman los amantes de las estadísticas.
El primer envío de 12 toneladas de cerezas fue rápidamente
aceptado, y ahora se habilitó el ingreso de nuestro caballo de Troya: para los
4 millones y medio de habitantes que viven en la federación de los siete
emiratos, se multiplicó por 30 el embarque de cerezas con una compra en total
de 400 toneladas más del fruto de estación. Todo condimentado con la reciente
visita de nuestra presidenta, claro (si hay algo que saben los persas…). La
ciudad de Abu Dhabi, una de las más onerosas del mundo contemporáneo, mientras su kalifa se ausenta por largos ratos de los jardines de su residencia exótica y sofisticada sin mayores excusas que cuidar su investidura por las consecuencias de la cereza, se rinde al diabólico cultivo.