La escena está
detenida, todos en pausa, congelados en sus tareas. El único que continúa móvil
soy yo y extrañamente también una luz titilante y amarilla de la impresora.
Elvio también está inmóvil claro, frente a su monitor encorvado hacia el teclado
y con el índice congelado en dirección a la tecla espaciadora. Marlen con su
mano en el mouse y mirando fijo el monitor. Marisa también está congelada, pero
con los brazos a medio alzar y las manos detenidas cuando se frotaba ambos
lados de las sienes, estancada en un gesto de queja, con los ojos cerrados.
El moscardón de la
redacción es otro de los que puede revolotear y se escucha muy levemente el
resuello de su zumbido en el mientras tanto de esta escena paralizada. Mi
lapicera se me cae de entre las manos, choca contra el suelo, rebota y vuelve a
caer, y es justo en ese segundo golpe cuando arranca la función: el ruido de
los teclados, el televisor a muy bajo volumen, las offset de planta baja
susurran al igual que la calefacción por aire caliente, se da el chirrido de
una silla y la impresora toma y vomita papeles de matrices sin parar. Es el
momento más caliente del cierre, todos en sus tareas.
En el Periódico de
Marisa, la directora Clonazepán resolvió que a partir de la gripe H1N1 no se
puede compartir el mate. “En LU 17 lo hacen hace tiempo, pero en realidad para
que no se pongan a conversar en grupo”, se diferenció con la radio golfina. Eso
lo dijo el otro día.
Como estaba parado en
medio de la redacción del periódico, giro sobre mí y bajo la escalera donde El
Tío, quien me dio la sensación que hasta recién también estaba detenido, alza
la vista por sobre los anteojos y me mira. Está escribiendo un tango sobre los
“Nadies”. Me mira porque lo se, y entonces se sonríe. También sonrío.
Me puse a pensar que
tenía una ventaja, leve, minúscula, pero ventaja al fin: seguí vivo durante
ese instante. Le pregunté a El Tío si el barco se hundía, y salió gritando hacia
el fondo, proclamando que “¡el barco se hunde, que nos vamos a pique!”. Volví a
quedar pensante: él seguía más anticipado: supo antes que todos que de
alguna manera, o de varias maneras, todo esto se iba al carajo. Tal vez El Tío
tampoco se había quedado inmóvil.
La edición de mañana
sale a destiempo; pero nadie lo notará demasiado. Un profesor de periodismo me
lo dijo, a las once de la mañana el diario sirve para envolver los huevos de la
despensa. Yo pensaba algo parecido, o algo complementario: hay que tener
cuidado en cada línea que uno escribe, tiene que realmente valer la pena porque
después de todo, se talan árboles para la estúpida nota de chusmerío político.
La directora Clonazepán, está convencida que es periodismo, y al parecer por
eso, contradiciendo el acto heroico de nuestro papel de todos los días, nos
rompe los huevos.
La escena se congela una vez más. El Tío estaba por volver del fondo donde había salido gritando y ahí, congelado con una sonrisa fuera de sí, lo veo un poco partido. Se lo hemos dicho ya que está loco, y él sólo sonríe. En uno de los costados de la puerta del diario, las ediciones anteriores se acumulan sin vender. A diferencia de la situación anterior, nada vuelve a revivir, parece aquietarse para siempre. Quise regresar y no podía, mis manos se quedaron semi extendidas hacia el frente y mi cara ladeada hacia mi derecha. Todos estábamos paralizados; pero hacia el final noté que el moscardón continuó revoloteando.
La escena se congela una vez más. El Tío estaba por volver del fondo donde había salido gritando y ahí, congelado con una sonrisa fuera de sí, lo veo un poco partido. Se lo hemos dicho ya que está loco, y él sólo sonríe. En uno de los costados de la puerta del diario, las ediciones anteriores se acumulan sin vender. A diferencia de la situación anterior, nada vuelve a revivir, parece aquietarse para siempre. Quise regresar y no podía, mis manos se quedaron semi extendidas hacia el frente y mi cara ladeada hacia mi derecha. Todos estábamos paralizados; pero hacia el final noté que el moscardón continuó revoloteando.