Las lecciones que aprendimos y las personas que nos han
enseñado algo. Ya fuera caminar, pedalear la bicicleta, las tablas de
multiplicar o simplemente a confiar y por el solo hecho de saber que algo hemos
aprendido y que alguien nos ha enseñado nos revela que la vida en sí es una
cosa buena.
La pila de amigos que hicimos, algunos más o menos efímeros,
los que tenemos la certeza de que son para siempre, esos que nos recordaron
todo lo bueno y esfumaron todo lo malo, aunque hayan cambiado, se hayan ido
lejos o nos hayamos enojado irreconciliablemente pero por el solo hecho de haberlos sentido como
amigos nos demuestra que la vida es una cosa buena.
Los libros de García Márquez, el ron cubano, el gol de
Maradona a los ingleses, Casimiro tirando caramelos desde el avión, el viento,
la lluvia, la poesía y la pintura, las aves migratorias y los frutos de
invierno nos recuerdan que la vida es una cosa buena.
Los amores y los amoríos, los que llegamos a desnudar y los
que nos dejaron como un trompo, los que remamos hasta creer que era posible,
los que tuvimos miedo de confesar, los primeros besos y hasta los besos que
cerraron historias confirman una vez más que la vida es una cosa buena.
Las rebeldías, los placeres insalubres, los bolsillos
amplios y hondos, la invención de la rueda y el humus no nos permiten ninguna
coartada: la vida es una cosa buena.
El mar, la fotosíntesis, cuando nos dejan pisar el césped,
las explicaciones simples, las maravillas inexplicables y los tozudos en
explicar cualquier cosa, la increíble teoría del color, el verano y hasta los que se
juegan el lomo por una causa justa nos dejan sin escapatoria: la vida es una
cosa buena.