Si me preguntarán qué es para mí Puerto Madryn, contestaría
sin dudar: la mulita. ¿La mulita? Sí, ¿Acaso no la vio? Estoy seguro que sí la
vio, y que la vio un montón de veces. A lo sumo no la habrá mirado, pero sí o
sí la vio. No la miró porque eso requiere pensarla, detenerse, irse un rato con
ella y volverla a mirar diez, veinte, cien veces más. Hasta que se convierte en
un problema, en una obsesión como le pasa a este cronista.
Está por toda la ciudad, y aunque parece quieta vive viajando.
Ha llegado con su paso lento hasta Puerto Pirámides y ya regresó. Suele no
avisar y se aparece. La mulita es una vándala que no se fija ni en bienes
públicos ni privados. Infestó la ciudad del golfo con sus trazos regulares, sus
patitas en punta y su cuerpo entero como medio huevo roto. Aparece en negro,
rojo, verde, azul… aparece en esmalte sintético, fibra, con brochas variables.
A veces, ofuscada, tiene un halo de furia vertical, que se eleva al cielo de su
enchinche.
La mulita no tiene nombre y no tiene firma. Pero su
carismática figura, para dolor de los líderes del orden aburrido, sigue
expandiendo su recorrido.
Si la mira de una forma aparece plana, como caminando
lateralmente -esto es, perpendicular a uno-. Pero otras veces, si usted la mira con fe, la puede notar tridimensional,
viniendo hacia uno (incluso alguna yéndose por su punto de fuga).
La mulita, lo dijimos ya, es una vándala y también una gran
viajera. Para mí Puerto Madryn es la mulita, y no al revés, porque sino todo eso
no tendría sentido. Seguro que la vio, y la vio un montón de veces; el problema
es ahora, que empezará a mirarla diez, veinte, cien veces.
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