Aseguran que es martes, pero en este lugar es como si fuera
viernes. Es el último día hábil de una semana laboral de sólo dos días, y cinco
de descanso y/o disfrute. Dicen. Feriado puente le dicen, feriado largo.
Fueran cinco días o fueran dos --o si quiera fuera uno solo-
creo que el único instante de plena felicidad es el minuto antes de terminar la
jornada laboral. Los administrativos, burócratas y asalariados de tiempo
completo por esta vez no escapan de prisa; y hasta esperan dos, tres o hasta
cinco minutos que uno salga despacito por la puerta de ingreso que ya mismo estarán
por cerrar. Otros ya la cerraron, y te invitan a salir por la puerta de atrás.
Durante todo este martes (aunque algunos no tenemos un solo
peso) cuerpo y alma se anticipan a ese (supongamos) “gran momento”, y aunque
ese instante pleno es efímero, de sólo figurarse el aire de esos días en que
uno pudiera contemplar felizmente cómo se seguirán pasando los membrillos de la
parte superior de la copa del árbol de mi vecino, o el cónclave cotidiano de
esos gorriones que irrumpen la vecina metalera y hasta la insomne pasividad de
los cuscos que cría la dueña del consorcio.
Se anticipa el cuerpo y el alma al fin de semana largo. Y
entre todos esos seres efímeramente felices, entre los que efímeramente también
me incluí, ahora surjo una vez más pero con miedos, pidiendo que no sea tan
largo, que no resulte cerca de lo eterno. Porque alma y cuerpo -metafóricamente
y concretamente-- no tienen un solo peso.
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