El bombero de guardia administra el sueño y la memoria trágica de la ciudad. En la tercera madrugada del nuevo invierno el botón de la sirena de viento es pulsado durante 34 segundos y propaga su sonido durante al menos un minuto diez/quince segundos.
El perro de mi vecino, a partir del sexto segundo de la sirena, imita el sonido y aulla parejo y constante irguiendo el cuello, oblicuamente, hacia el cielo gélido y estrellado.
El ciudadano de la cuarta cuadra abre los ojos ladeado hacia la izquierda de la cabecera de la cama matrimonial. Observa el despertador, rememora, se cuestiona, se duele y vuelve a tratar de conciliar el sueño.
La empleada de panadería camina hacia su trabajo apurada cortando el frío por el medio de la calle. En un primer instante no lo medita, escucha y ya; pero algo la zamarrea y la obliga. No lamenta, no suspira y mucho menos llora; pero lo piensa.
Pero decía antes del administrador del sueño y de la memoria trágica, quien se afana en voltear hacia los dolores, hacia esa maldita carga que pesa sobre esta ciudad que hoy, tres días después de la noche más larga parece congelada. El perro aulla y las personas se despiertan, rememoran, tragan saliva y vuelven a dormir. El perro deja de aullar. Y el peso sigue.
domingo, 29 de junio de 2014
jueves, 26 de junio de 2014
Facón Grande
Sabemos de Facón Grande que el día que lo fusilaron tuvieron
que darle dos cargas consecutivas disparadas de cuatro fusiles; que los ocho
disparos ni siquiera lo voltearon hasta que no expiró, que se murió girando
sobre sí mismo, y que antes de la muerte a traición les aseguró a los milicos,
mirándolos a los ojos, que “así no se mataba un criollo”.
Sabemos que Facón Grande tenía ascendente por sobre la
peonada, que no era ni patrón ni líder, sino un hombre cierto, de hablar claro
para los paisanos y que no sabía de ideologías ni revoluciones, pero
intuitivamente sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal.
Sabemos que Facón Grande no era un asceta, pero tampoco era
un borracho; que no era violento pero que tampoco le quitaba el cuerpo a las
rencillas y le cantaba las cuarenta a sus compañeros o a sus patrones de acento
inglés.
Sabemos que le decían Facón Grande, que una larga daga con
funda de plata llevaba cruzado al cinto, por detrás de la cintura. Sabemos que
su alias generaba todo tipo de leyendas, pero que nunca despellejó a nadie.
Sabemos que el coronel Varela lo sentenció sin siquiera poder vocalizarlo, que
alzó cuatro dedos de su mano indicando a sus subalternos los cuatro balazos
contra un hombre indefenso y maniatado. Sabemos que Facón Grande no murió ni
arrodillado ni volteado, que a los criollos como Facón Grande ni siquiera se
los mata con cuatro balazos traicioneros.
martes, 24 de junio de 2014
Carta al invierno
Invierno hagamos un trato. Simulemos que nunca nos repudiamos y
que nunca contamos los días tachando almanaques, esperándonos como verdugos que
uno de los dos por fin se vaya.
Invierno tengamos un plan. Coincidamos por
las mañanas y extrañémonos por las noches. La tarde se la dejaremos a esas
cosas intemporales que no tienen estación sino que son puro tránsito que son puro irse.
Invierno provoquemos un fuego. Un fuego
curador, que seque entibie y que queme. Un fuego que te disfrace y me disfrace.
Un fuego que por fin, cuando va pasando el tiempo nos abrace, que nos abrase.
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