Tan honesta e ideal fue la declaración que con el correr de
los días empezó a pensar que nunca había sucedido. Que en realidad era una
traición de sus fantasías, o una broma macabra de su angustia que se estaba
volviendo crónica. Fue algunos días antes, en ese umbral de la primavera, que sospechaba ser víctima de un trabajo de brujería; pues era como una fuerza oscura y ciega que lo sujetaba en la desgracia, en una pesadumbre húmeda y fría la cual no se correspondía ni con sus actos ni con sus pensamientos.
Por una parte era incapaz de negarse a un suceso de tal tipo
más allá de sus convicciones agnósticas; y por otro era lo suficientemente
curioso como para resolver qué hacer en ese segmento de su vida.
Del pasado más próximo al actual había mejorado; eso no lo
podía negar. Bastaba con ver las fotografías carnet para explicar el tránsito
de los más terribles subsuelos a estas capas intermedias, llenas de optimismo
pero de resignaciones y sacrificios con resultados por lo general modestos. También sabía que no existía una fórmula marcial que lo
arrebatara de ese estado y lo soltara, lo expulsara o propulsara hacia el
abismo –de luz, pero siempre se lo figuraba como un abismo—con el que había
soñado recurrentemente. Pues pensaba que nada de todo eso había sucedido. Era
por ese grado tal de honestidad que lo hacía ideal, y por tanto inexistente,
inefable e imposible.
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