El valle típico de la comarca andina |
Esquel es un lugar; y con decir eso no se descubre nada. Pero la
ciudad cordillerana resguarda más que un entorno natural hipnotizante entre la
encerrona de los cerros, el bosque y los lagos de origen glacial. Quizás hoy lo
delate su ritmo de pueblo sin semáforos, pero esencialmente sin prisa. Es que
alguna buena relación causal tiene que haber entre automovilistas que respetan
ceremoniosamente al distraído peatón que cruza por la esquina y el contundente
“No a la mina” del 2003. Parece que es un pueblo donde las personas van
a quedarse, a hacer/ser su lugar, y joder que eso nos tendría que tajear
un poco la conciencia.
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Empecemos. Tempranamente, las culturas originarias se habían
convencido de lo favorable que les resultaba esta zona. Aún los largos periodos
de intenso frío raras veces el clima es severo. Y aunque los tehuelches
eran nómades aquí siempre sobró el agua, los animales de caza y también los
frutos silvestres. En resumen: no valía la pena irse mucho más allá. Por
ejemplo el huemul es una especie de ciervo, que hoy está en peligro de
extinción, que les aportaba abrigo y alimento.
También fueron contemporáneos los mapuches (ramificación de los araucanos) que eran eventualmente sedentarios; es decir, siempre que el territorio se lo permitiera cultivaban y se organizaban en aldeas. Francamente lo podían replicar aquí.
La historia es más compleja. Los tehuelches eran los naturales de la región y mantenían contactos comerciales y culturales con los araucanos del otro lado del declive cordillerano, hacia el Pacífico. El cordón andino más que separarlos los unía; y eso se debía al conocimiento de los pasos, del clima y de los recursos. La sangrienta Guerra de Arauco y forzada migración que sometieron los realistas del lado chileno a los araucanos los llevó a cruzar la zona baja de la cordillera, mayormente por Neuquén, y continuar hacia el sur, compartiendo el espacio con tehuelches y poco a poco predominándolos por la guerra o por fortaleza cultural[1].
Después, con los galeses y hacia 1865 irrumpieron los europeos. De origen labradores, pero también industriosos y mineros. Con instinto baqueano siguieron el curso del río Chubut, y llegaron a lo que los tehuelches llamaban Esquet (abrojal), zona de caudalosos arroyos producidos por deshielo.
Cuatro años después el explorador y científico George Musters, de excursión por la zona, no sólo describe de Esgel (así lo llamó en su elaborada cartografía) su patrimonio ecológico, sino también su riqueza aurífera. Por esos años el poder de las naciones se medía en oro, y Musters era inglés; sabía de lo que estaba hablando.
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La naturaleza es benévola y lo rodea a Esquel. La actual
ciudad está encajada entre los cerros Nahuelpan, La Hoya, La cruz y La zeta.
Entre sus bajas pendientes hacia el este lo viste un constante y sinuoso valle
de frondosos álamos y pastizales. Las cumbres cordilleranas de nieves eternas
estampan el oeste. Para donde se mire el panorama roba la atención.
Planta de rosa mosqueta |
Viajando al sur está Trevelín[2], la ciudad que hace nacer a Esquel y también con una fuerte identidad galesa. Retomando la ruta 40, hacia el norte, se bordea la meseta del este chubutense hasta adentrarse en otros paraísos y pueblos cordilleranos (Leleque, Epuyen, El Hoyo). Entre el bosque y los caminos, las plantas de rosa mosqueta dominan las laderas y banquinas. Muchos años se temió por la plaga que resultó esta planta exótica; pero por la convicción irrefrenable en que se expandió, los cordilleranos aprendieron a convivir con ella.
PN Los Alerces |
El Parque Nacional Los Alerces está hacia el oeste, limítrofe con Chile. Tiene 263 mil hectáreas de bosque y selva valdiviana. Las fuertes depresiones de las montañas forman profundas cuencas y los nevados inviernos alimentan los lagos Menéndez, Rivadavia, Futalaufquen y Krügger.
Más todavía. Las mutisias son flores silvestres que se hacen un lugar y resaltan blancas o anaranjadas entre el fondo verde oscuro del bosque y el negro del humus. Las especies arbóreas predominantes son la lenga, el ñire, coihue y el alerce, que tiene el privilegio de ser el segundo ser vivo más antiguo del planeta. Para resumir y entender: sobra vida en este lugar, con pretensión de eternizarse.
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Las mutisias |
Pese a todo, según cuentan algunos esquelenses, la vida
está amenazada. La minería, esa actividad extractiva y compulsiva de metales
tiene un fuerte potencial; pero a costa de romper el sistema ecológico: con la
desertificación simplemente se agotaría la vida.
En el 2002 se dio el intento más recordado por desarrollar la minería, con el apoyo político de la mayoría de los partidos gobernantes, y una costosa campaña de publicidad, marketing y operaciones de prensa para mostrar una posible extracción benevolente y creadora de puestos de trabajo.
El pueblo desconfió, se informó e inmediatamente se organizaron para presionar al poder. La utilización de cianuro, ácido clorhídrico y soda cáustica, más la vulnerabilidad de la laguna Huillimanco los alarmó y los radicalizó en la defensa de su lugar. La lucha se dio en las aulas, en el comercio, en la ruta, en la plaza hasta conseguir la primera gran victoria: la cuestión minera se decidió en un plebiscito no vinculante, y más del 80 por ciento de los esquelenses votaron por el “No a la mina”.
Nueve años después el miedo continúa. La empresa Minas Argentinas SA tiene oficinas en la ciudad y realiza estudios, lobby y saca cálculos. Ya el gobernador provincial admitió su inclinación por discutir a fondo el desarrollo minero y el grueso de los medios periodísticos de la provincia trabajan para atenuar el temor social. Pero el único semáforo de la ciudad parece ser el de la minería, y hasta ahora siempre lo tuvieron en rojo.
Uno de los murales en el centro de la ciudad |
Ahora no sólo es Esquel. También son Gastre y Gan Gan, Paso de indios y la zona sur de la provincia que están dentro del plan de extracción de minerales. La minería es insaciable, va a todos lados y simultáneamente.
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En este punto patagónico, frecuentemente surge una repentina
ráfaga de viento. Los álamos se tuercen, la superficie de lagos y lagunas se
ondulan con violencia, y en los pajonales los tallos chocan uno con uno. Entre
todos provocan un resuello que se expande por el bosque, choca contra la montaña y
baja hasta el pueblo. Hay quien podría pensar que es como un llamado a
silencio. Pero en realidad es como un suspiro, que surge de la conciencia y de
su historia. Hay un mural en el centro de la ciudad: es una bandera argentina
y en vez de tener un sol dice simplemente “No a la mina”.
[1]
Se denominó Araucanización al
proceso de hibridación y predominio de los araucanos por sobre los tehuelches,
que culturalmente eran más rudimentarios.
[2]
Localidad cordillerana de origen
Galés, cuyo significado es Pueblo del molino.
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