En una carretilla pone en bolsas todo lo que sabe, todo lo que cree y todas las opiniones. Encima de esos sacos mal cerrados pone el bártulo más
grande y más pesado, el que lleva todas sus fantasías y el resto de sus pensamientos. Levanta la carretilla y
la inclina desde atrás, picándola levemente sobre su rueda en la parte delantera, y así
se echa a andar. Sube cuestas empinadas, baja por estrechos tortuosos, hunde la
carretilla en charcos y pantanos infranqueables y se empapa de agua y barro
hasta las rodillas, se le hace una costra compacta y seca por el viento, que
además lo tambolea lateralmente. Algunas veces, cansado, apoya la carretilla
sobre sus patas traseras, reacomoda el equipaje y nota que algunas cosas fueron
cambiando, otras se fueron mezclando y algunas se transformaron e incluso
algunas que recordaba ahora se han caído. Aunque ninguno de los bultos se parece a lo que fueron
en el origen y el propósito se haya desnaturalizado, recupera el aliento y
sigue empujando. Al final --como todo-- se encuentra con la muerte, y sin darse cuenta en el expiro el
equipaje ya era todo una sola cosa. Ni siquiera tenía nombre.
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