Con MSB, mi hermano.
Las hojas de los sauces reducían nuestra distancia visual hacia el
frente. Esquivábamos ramas de distintas formas, algunas finas, otras gruesas,
que pasábamos velozmente y que escuchábamos cuando se quebraban.
Sentí la espalda de mi hermano cuando apoyé mi cabeza en él. Luego un
golpe seco, y seguido un ardor intenso en la cabeza más un gusto amargo en la
boca. Me levanté de puro impulso y veo en el suelo caer unas pocas gotas rojas
que se hacían moradas en la tierra, como un barro cada vez más rojo. Las
primeras gotas se hicieron como un torrente, incesante. Ya era un charco. Todo
se me tiñó de blanco, como una luz muy fuerte y de frente. Desesperado empecé a
llorar.
Luego iba a los tumbos, lo sentía en mi espalda y cintura con golpes y
mi visión era un torbellino. Sin distinguir ni enfocar nada, todo se movía de
arriba-abajo, todavía era un blanco que encandilaba pero ya con algunos verdes
y marrones.
Empezó a predominar un silencio tímidamente interrumpido por el sonido
de utensilios de metal, me rodeaban azulejos de color celeste, el cuerpo se me
dividía en dos por un fluorescente que me cruzaba horizontalmente y a un metro
y medio por encima. Tras la habitación una puerta rechinaba regularmente cada
unos pocos segundos, cuando parecía estar abierta se escuchaba el viento
patagónico, alguna vez un ciclomotor y a veces las voces de personas que
desconocía y se saludaban.
Veo los primeros rostros que también desconocía. Me daban unos tirones
en el cráneo y alguien que me dice con una voz tranquila y muy clara pero de
acento foráneo, mientras me muestra mi pulóver manchado y morado, “De ahora en
más sos “Matecocido””.
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