domingo, 10 de junio de 2012

Una reivindicación del Chupat Chubut


Y no era que pasabas a cuarto y nada más. Aparte del cambio de turno, de la cálida escuela de la tarde a la insufrible escuela de la mañana, el grado escolar de los nueve años venía con el litúrgico Chupat Chubut.
Algunos lo llevaban bajo el brazo, como mintiendo que lo leían en cada obligada pausa. Por ejemplo cuando uno formaba la fila en el momento de izar la bandera, antes de ir a las aulas. Otros lo forraban con papel araña azul y lo etiquetaban solemnemente, por ejemplo:
Fabián Martínez
                               4to grado                                    
Ni hablar de esos que también aclaraban el nombre de su buena maestra, que para algunos era como la segunda mamá, y que nos llenaba de Tarea el pizarrón quince minutos antes de terminar la clase.
Fue en cuarto grado que el Chupat Chubut se nos hizo un sacramento de nuestra irrenunciable escuela pública. Era como la ostia, pero más divertido y de mucho mejor sabor.
Con el Chupat aprendimos cosas vitales. De inmediato sabías que el puntito del centro de la provincia era el departamento de Paso de indios, y eso disparaba la indomable imaginación que los nenes bien acostumbran a esa edad: eran, invariablemente, unos indios sin caciques, con enormes y llenas de polvo pieles de guanaco, y algunos de león patagónico, caminando en familias y con algún que otro desgraciado perro.
Con el Chupat aprendimos a escribir el río Chubut y el río Senguer de forma avivorada, respetando su caprichoso curso zigzagueante. Fue un despropósito político que a los diez, cuando uno pasaba a quinto, le olvidaron el Chupat Chubut y nos cambiaron los hábitos para meternos los días de la raza, los problemas de hidatidosis, las divisiones de dos cifras, las unimembres y los bimembres, las fotosíntesis y las síntesis a secas. El delito fue envejecer y el castigo fue quitarnos el libro de la provincia del Chubut, con su historia, su geografía y sus leyendas.
Fue otro despropósito aun peor cuando de por sí lo quitaron hasta de cuarto grado, excusándose en desactualizados como si el paso de los indios ahora fuera en camioneta y con teléfonos celulares.
Dicen que por ahí, en algunas buenas bibliotecas de pueblo se lo encuentra de maneras diversas: con papel araña ya no sólo azul, sino también verde y algún que otro raro en amarillo, con hojas dobladas, livianamente subrayados con lápiz, con dibujos de vergas y hasta con un chicle pegado. Hay de todo.
Será cuestión de que cada cual busque el suyo; porque hoy contra los santillanas y los kapelusz, releerlo será un dulce acto de revolucionaria melancolía.