domingo, 29 de marzo de 2015

Yuri Gagarin, el primer poeta del espacio

La Guerra Fría nos privó de la fama que pudiera gozar uno de los poemas más simples, bellos y también pioneros de la historia de la civilización humana. Ahora que contextualizaré esa obra literaria de un no escritor y en un mundo que pendía por la hora en que se consumara la catástrofe nuclear para entonces tantas veces anunciada, esas dulces seis palabras cobran un exquisito sentido. En ese mundo bipolar, durante la carrera espacial a la que se volcaron la Unión Soviética y Estados Unidos, que además de la conquista del espacio y de la arrogancia por pavonear cuántas veces podían destruir todo lo que fuera vida en el planeta con sólo apretar un botón, también se abrió una batalla quizás para nada menor ni anodina; lo llamaré aquí la poesía versus el marketing.
Me daré licencia en esta párrafo para aclarar que no me mueve en este caso una idealización del régimen soviético, ni tomo una postura en el gélido conflicto, ni mucho menos una pulsión de resentimiento por haber sido cautivo de una historia que sí decidió tomar partido por lo que pudiéramos denominar como "marco ideológico occidental". Lo que sí habré de hacer aquí, es simplemente elegir cuál de las frases más inquietantes de las misiones espaciales me resultaron más cautivantes.
Cuando iba a sexto grado de la primaria, en una lección oral de Ciencias Sociales, la maestra me preguntó: "¿Qué dijo el astronauta un instante antes de pisar el satélite natural de la Tierra?" -el giro floripondioso es común entre las maestras de mi país--, a lo que respondí: "Un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad".
El recurso retórico que utilizó el astronauta Neil Armstrong siempre me había parecido premeditado, por tanto antinatural y meramente publicitario (lo que llegado a este punto me parece incuestionable darme la razón, pues no debe haber buen padre ni buen abuelo que no le recite las escuetas palabras a hijos y nietos respectivamente). Pero además, estas últimas semanas me he enterado que no sólo que esa arrogancia del astronauta gozara de las formas y frialdades de la premeditación, sino que también la NASA había contratado publicistas, periodistas, lingüistas y otros especialistas de las ciencias del espíritu -que por supuesto nada tenían que ver con el mundo espacial- para pulir un acto discursivo que graficara la superioridad del hombre por sobre la historia, del marketing por sobre la poesía y de los yankees por sobre los rusos; qué más.
Sensiblemente con menor fama, y nada menos que ocho años antes que en un momento de aceleración de la historia no resulta poca cosa, los verdaderos pioneros de las misiones en el cosmos (a decirlo ya: los soviéticos) surcaron el espacio extra atmosférico durante más de una hora, y el cosmonauta que tuvo tal privilegio, Yuri Gagarin, improvisó lo que para este flaco escritor se trata del primer poema espacial y una de las obras literarias más concisas y bonitas de la historia universal: cuando Gagarin venció el miedo de superar la delgada capa atmosférica, chequeó que los controles y relojes de todo tipo de la nave Vostok I se estabilizara en los parámetros normales, se asomó por la ventanilla de su capsula voladora y atajando su emoción nos contó: "¡Veo la Tierra! Es tan bonita"; lo que casi resultó un mensaje para los dos bandos enfrentados.


viernes, 20 de marzo de 2015

Elecciones

He elegido un libro y un lugar. El libro: Martín Fierro. El lugar: el umbral de mi casa.
Resultaría conveniente --lo doy por seguro-- montarme a la lectura de la literatura gauchesca en un lugar más cómodo: quizás: tirado a las anchas en mi cama, con el velador que ilumine parejamente el papel mate de esta edición de 20 por 30 centímetros la hoja, con más de 100 páginas de estudio preliminar, tipografía del 12, edición ilustrada, tapa dura, recubierta de tela y título estampado.
Pero no. Mejor será el tantas veces elogiado por este autor escaso: el umbral de la casa. Ese lugar angosto, casi ni frontera, que muy lejos de ser terrible resulta inquietante y hermoso: las piernas se arrojan el derecho de abrirse a sus anchas en las veredas y ocupar así el tan bastardeado espacio público.
Algún universo de responsabilidades, azares, contrapuntos y también coincidencias deben emparentarse para reunir estas variables aparentemente deslindadas: espacio público, Martín Fierro, o literatura folclórica, umbral, transeuntes, taxis, remises, perros, viento, ruidos, polvo chatarra y el fin de un verano que como el Martín Fierro, el umbral, el barrio, la pose y el espacio público nunca pretendieron ser algo anodino.