domingo, 30 de diciembre de 2012

Un tender no tiene alma



El tender confirma la teoría de que los objetos inanimados no tienen alma.
Y aunque es una prueba basada en su único privilegio (ser el más evidente desalmado de todos los objetos de este mundo), aún así no sería imprudente generalizar su carácter a todos los otros del reino ni animal ni vegetal ni espiritual.
Ojo que también están quienes afirman que a las armas las carga el diablo. Pero eso tampoco desbarata nuestra afirmación que resultaría, por lógica filosófica, cuasi-científica de la ausencia de alma en los objetos inanimados[1]. Pues el diablo, de existir, estaría exteriormente al arma. En suma, he aquí ya dos verdades que no tenemos que dejar por omitidas: el alma siempre es interior y el diablo “en ciertas cosas siempre es neutral”.
Tender. Siempre desnudo, traspasable, escuálido.
Después están los fundamentalistas de objetos particulares que además de antropomorfizar algo (incluso bautizando elementos con nombres tan humanos como Carlos –o carlitos—o Eudora –o eudorita--) creen que determinado objeto tiene alma: se acostumbran a las bicicletas, a las cámaras fotográficas, a las pelotas de fútbol y hasta había uno que aseguraba que el interruptor de electricidad de su habitación tenía alma.
Para aclararlo desde el vamos: el alma, en cada uno de sus casos, está en los ejecutores, nunca en la bicicleta contrapedal, ni en la cámara Miranda de comandos manuales, ni en el esférico de Maradona eludiendo a los piratas ingleses y hasta al portaviones “Invencible”, y mucho menos en el interruptor de luz de ese estimado colega de redacción.

Capítulo 2. El tender es por muchísimas razones el objeto evidentemente más desalmado de nuestro mundo.
El primer aspecto que lo destaca ya lo adelanté de alguna manera más arriba. Para tener alma hay que tener interior y el tender nunca, bajo ninguna forma de sus variables y posibles armados, tendrá un “adentro”. Siempre desnudo, traspasable, escuálido. Nótese que en las más comunes de sus formas cuenta con dos tipos de varillas, por lo general metálicas: las finas y fácilmente retorcibles, y las huecas que por dentro tienen otras varillas o alguna visagra (por lo tanto, nunca alcanza para que ingrese un alma).
El tender es incapaz de tener error. Es así y ya. Ni siquiera (vean lo paradójico) puede al mismo tiempo ser infalible. Que una determinada cosa ante una disyuntiva insalvable no pueda ser ni una ni otra cosa, es la demostración básica de que carece de alma ya que uno de sus derivados, la voluntad, siempre nos sobrepone a los problemas para que de alguna manera seamos algo.
Usted podrá retorcer sus varillas, quebrarle una pata, romperle un ala y el tender no ofrecerá resistencia –primero—ni tendrá rencor –después--. El tender se dejará hacer, y por falta de voluntad, jamás volverá a su estado natural.
Por fin, aun estando retorcido, quebrado, deforme, enclenque, no dejará de ser tender, no tirará error, y ni soñando podría querer ser otra cosa.    


[1] Hágase notar la diferencia de “inanimado” y no usar de la los “no seres vivos”. Pues, la montaña, aunque no tenga en apariencia funciones metabólicas, sí tendría alma. De ello, ya nos daban fieles testimonios numerosas culturas autóctonas anteriores a la conquista española.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Del Ventarrón


El polvo en suspensión, uno de los efectos del Ventarrón.

Así como los cuyanos tienen el malhumorado Zonda y los porteños la acomplejada Sudestada, nosotros los patagónicos tenemos el jodido Ventarrón. Aunque los cuyanos podrían tener un doble motivo de queja al saber que su implacable viento tiene género femenino, así como los huracanes del trópico que siempre tienen nombre de mujer, nosotros, los patagónicos, tenemos algunos motivos más graves para querer ser los campeones del temporal de mierda. Porque básicamente, para el común de los australes de esta parte del globo, el viento es “viento de mierda”, sin más y los motivos sobran.
Cuentan los sanjuaninos que el Zonda se caracteriza por ser un viento seco (en eso sí se nos parece), cálido (en esto cuán diferente somos) y que provoca, entre otros tantos fenómenos, mal humor, agobio e incendios. Cuentan los porteños que su Sudestada viene,andá a saber por qué, del sudeste, generalmente con fuertes lluvias, provocando anegamientos, evacuados y cortes de luz. Respecto a los porteños, sólo nos emparentamos con algún ocasional corte de luz; aunque por motivos diferentes.
El Ventarrón es viento con tierra, de ahí su etimología (no se complique buscando si es cierto esto). Es seco, del oeste y el efecto principal, según los estudiosos del ánimo regional de la Universidad Nacional de la Patagonia, es un irreconciliable espíritu de quejarse por todo y contra todos. Por eso si ahora usted escucha a su madre o tía quejarse de que los broches del tendal son una “reverenda cagada”, no se olvide que hoy también sopla un día de mierda.
Y es un viento de mierda que llegó un día y se quedó por muchos. Es así que nunca nadie pudo, en esta polvorosa tierra, recordar cuándo fue que empezó el último temporal de viento. Algunos intentaron marcar el día en un almanaque, pero las marcas se trocaron con la de las pastillas anticonceptivas y ya no sabían qué tenían que tomar, si la píldora antiembarazo o la píldora del mal humor. Otros, más literatos, escribieron el primer párrafo el día que después de una copiosa lluvia comenzó el Ventarrón, pero perdieron el cuaderno, o se olvidaron de marcar cuándo fue que terminó el temporal o se olvidaron directamente que tenían que hacer un registro y hasta los más despistados, olvidaron que tenían un cuaderno. Sólo hubo alguien que sobrevivió a la misión de hacer el registro, pero su función social fue tan poco reconocida, que esta es la primera vez que se hará su merecido reconocimiento (aunque, por cuestiones ambientales, ocultemos su buen nombre).
La única manera indecente que encontraron los patagónicos para zafar del “viento de mierda” es elaborar buenos chismes de vecinos. Todo lo otro que provoca es más de lo mismo cuando uno está en días de mierda: mira el boletín de los críos, limpia la casa para que se vuelva a ensuciar en un rato (y uno pueda legítimamente seguir quejándose), o se sienta en el terroso sofá a ver la novela de la tarde.
No es porque el Ventarrón sea un “viento de mierda” que sí o sí tiene que ser un temporal de color marrón. Pero entre cielos pardos y opacos, desaturados, y muy luminosos por nubes también terrosas que difunden la luz, además del polvo en suspensión, el marrón es el color que se acostumbra.
Y uno ve copas de árboles que zarandean, autos que se mueven sin que nadie ocupe una butaca ni vertical ni reclinada (usted también sabe que muchas veces los autos se mueven alegremente con butacas reclinadas, ¿no es cierto?), y mujeres que caminan hacia el oeste, contrariando el espíritu del día, haciendo visera en los ojos no por el sol sino por la tierra, y con mueca de “¡Qué terrible!”. Yo que usted, hoy no hablaría con esa señora.
Sólo hubo una persona que logró registrar cuándo fue que empezó el viento y por cuánto se extendió. Es más, anotó al menos diez registros de los cuales la mayoría eran de tres a cuatro días de Ventarrón seguido; pero en uno, que le desbarató su estadística, contó de la siguiente manera: “28 de septiembre, primer día de viento de la primavera del 2009”. Y a los 22 días registró: “14 de octubre, mismo año: terminó el consecutivo Ventarrón. En tanto, se murieron 4 personas, se compraron 10 kilos de clavos, 13 cueritos de agua fría, hubo 2 nacimientos, ningún casamiento católico y sí dos concubinatos civiles”. Fue su último registro, pero al día siguiente de que escampó el “viento de mierda”, cuando nuestro documentalista murió sin mayores causas que una vejez terrosa, y entre sus manos tenía, aferrados contra el pecho, el cuaderno de sus registros con sus huellas marcadas en el polvo, volvió el Ventarrón. El comisario del pueblo, que también hacía, sólo por mera costumbre, de médico forense, resolvió tras tomarle el pulso las causas... y también las consecuencias del deceso: “Murió. Que día de mierda, ¿Cuándo irá a parar?”.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Enamorada del mar



¿Quién podría haberme anticipado que si cedía dos taxis el tercero iba a venir con una historia? Primero una chica taciturna, ensimismada que, tras el raudo taxi que se estacionó de golpe en la parada, se me adelantó y tomó el coche que me correspondía. Y como de chico me enseñaron que en esos casos es preferible no cruzarse con quien tiene mala cara, dejé que se apropie de mi turno. En cambio, el segundo caso resultó una causa social: una madre desdentada, con dos criaturas y que arrastraba dos bolsas de nylon muy infladas de ropas y mantas, quien gustosamente aceptó el auto que le indiqué cabeceando, sin mucha gentileza reconozco.
La tercera taxista era una mujer, que ni bien empezó a distinguirse detrás del parabrisas mientras se acercaba y se corría el reflejo del sol ya me daba buena espina: parecía una mujer alta, y ya en el auto descubrí su tez morena, ojos profundos y un pelo negro absoluto, lacio, sin atar y largo hasta por debajo de los hombros, cubriendo la parte superior de los dos brazos.
No me había acomodado que amagó a acelerar pero frenó inmediatamente para darle paso a otro taxista: “Los hombres primero”, dijo con una sonrisa y un tono de voz que resumía quizás todo lo que tendría que tener una persona buena.
Fue ese día y en esas circunstancias que conocí a la mujer boliviana que se enamoró del mar. Una síntesis perfecta, hecha en carne de la historia de Bolivia. Una mujer taxista, enamorada del mar en una ciudad extraña de la Patagonia Argentina. Una mujer que, además, como si fuera poco, chorreaba de buena.
Sólo habrán sido treinta cuadras, quizás menos. Pero en ese tramo bastó para conocer la punta del iceberg que debe ser la señora: llegó a Madryn en el 86, nacida de una zona campesina a una hora de la ciudad de Cochabamba en el país altiplano. “Me trajo mi tío a los 18 años y vivíamos en un asentamiento detrás de la terminal. Cuando ví el mar me enamoré del lugar”, me cuenta. Su primer trabajo fue en una planta de procesamiento de pescado (era filetera): “En Argentina se puede ahorrar para estar un poquito mejor. En Bolivia también, pero menos”, me cuenta sobre su fortuna de vivir en este país. “Los argentinos me enseñaron. Los modos me enseñaron; porque yo venía del campo y no sabía cómo dirigirme a la gente. Me enseñaron que cuando usaba el “el” tenía que decir “ella” y modos así, para poder hablar”, recuerda la mujer.
“Hay gente buena. También hay gente mala. Yo me hice amigos y amigas argentinos que nos juntamos siempre”. La mujer boliviana enamorada del mar tiene su familia acá: un esposo también boliviano y que también es taxista, y dos hijas que bailan caporales. “Yo también bailo, pero un folclore más de la zona del valle de Bolivia”.
La mujer desde que llegó sólo volvió dos veces a su país. En el 2005, nueve años después de venirse a la Argentina, y luego en el 2005 cuando se murió su padre. “Ahora queremos en el 2013 o 2014 ir de nuevo, y quedarnos un poco más de tiempo”, anhela la boliviana. También me contó que dentro de poco se va a Ushuaia a un casamiento: “No, bueno sí, es como pasear, pero ojalá. En realidad vamos al casamiento de una sobrina”.
Le conté que en Ushuaia también se ve el mar. “¿Cierto? ¿Es igual que acá?”. “No tanto, tiene más olas, es más azul, y bastante más frío”. “Yo me enamoré del mar. No pensé que era así. Allá no tenemos mar, bueno el Titicaca es como el mar. Pero no lo conozco. Nunca dejo de míralo: Yo me enamoré del mar y por eso me quedé”.


lunes, 26 de noviembre de 2012

Origen del nombre “Patagonia” y los tehuelches


La historia no se pone de acuerdo respecto al nombre Patagonia, la región austral del continente americano.
La versión más popularizada tiene al capitán Fernando de Magallanes como protagonista; la cual sostiene que el navegante portugués, que estaba dando la vuelta al mundo para demostrar empíricamente que le tierra era redonda, se encontró en el año 1520 con unos hombres de tamaño sobrenaturales y de pies gigantes en la zona donde hoy está Puerto San Julián, en la provincia de Santa Cruz.
Algunos años después, otro explorador, el inglés Fitz Roy, colaboró con esta teoría y pensó que el calzado de cuero que usaban los tehuelches pudo despertar la reacción de un Magallanes sorprendido, que exclamaría “¡Qué patagones!” al ver las huellas en la playa.
Las hipótesis que tienen a Magallanes como  el responsable de bautizar esta tierra con el nombre Patagonia difieren sobre las razones. A la idea de que los habitantes originarios tenían los pies de gran tamaño se adhiere la teoría de que en realidad, el capitán habría dicho pata gau, que en portugués, idioma natural del navegante, significa “pata grande”.
Antonio Pigafetta, el cronista que acompañó la aventura marina, no especifica en su relato las razones del bautismo, aunque sí escribe que el responsable del nombre fue Magallanes, que primero denominó “patagones” a los tehuelches que habían conocido y por el gentilicio se definió a la zona geográfica como Patagonia, imitando la denominación de California en el norte del continente.
Otra teoría cuenta que en realidad, el marino era aficionado a un personaje literario de la Europa medieval, un gigante llamado Pathoagón. Las investigaciones comprobaron la existencia de esta publicación en Francia y algunas regiones de España, pero nunca se supo si de verdad el portugués las conocía y menos si era un gran seguidor.
El capellán Francis Flechter, que era parte de la tripulación del pirata Francis Drake, también se animó a dar una teoría: estaba de acuerdo que Patagones venía a cuento del gran tamaño de los nativos de la región, aunque para él se trataba de un error tipográfico del cronista Pigafetta, ya que Magallanes los habría llamado Pentacones, una medida aritmética que se acercaría a los siete pies y medio de tamaño normal que tenían los tehuelches.
Finalmente, la historia menos aceptada es la del naturista italiano Carlos Spegazzini, que sostuvo que “patagones” proviene del quichua o en su defecto de los incas que habrían tenido contacto con los tehuelches, que aunque el origen del nombre y las razones de esta región son discutidas, no así la presencia de este pueblo en cada una de esas hipótesis.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Matecocido


Con MSB, mi hermano.
Las hojas de los sauces reducían nuestra distancia visual hacia el frente. Esquivábamos ramas de distintas formas, algunas finas, otras gruesas, que pasábamos velozmente y que escuchábamos cuando se quebraban.
Sentí la espalda de mi hermano cuando apoyé mi cabeza en él. Luego un golpe seco, y seguido un ardor intenso en la cabeza más un gusto amargo en la boca. Me levanté de puro impulso y veo en el suelo caer unas pocas gotas rojas que se hacían moradas en la tierra, como un barro cada vez más rojo. Las primeras gotas se hicieron como un torrente, incesante. Ya era un charco. Todo se me tiñó de blanco, como una luz muy fuerte y de frente. Desesperado empecé a llorar.
Luego iba a los tumbos, lo sentía en mi espalda y cintura con golpes y mi visión era un torbellino. Sin distinguir ni enfocar nada, todo se movía de arriba-abajo, todavía era un blanco que encandilaba pero ya con algunos verdes y marrones.
Empezó a predominar un silencio tímidamente interrumpido por el sonido de utensilios de metal, me rodeaban azulejos de color celeste, el cuerpo se me dividía en dos por un fluorescente que me cruzaba horizontalmente y a un metro y medio por encima. Tras la habitación una puerta rechinaba regularmente cada unos pocos segundos, cuando parecía estar abierta se escuchaba el viento patagónico, alguna vez un ciclomotor y a veces las voces de personas que desconocía y se saludaban.
Veo los primeros rostros que también desconocía. Me daban unos tirones en el cráneo y alguien que me dice con una voz tranquila y muy clara pero de acento foráneo, mientras me muestra mi pulóver manchado y morado, “De ahora en más sos “Matecocido””.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Memoria de pececito, Cristina, la YPF española y los granaderos


Dicen que el cerebro de los peces de pecera es tan pero tan rudimentario que pueden dar un millón de vueltas en un vaso pequeño que para ellos siempre será como si fuera la primera vez; que su memoria no logrará recordar la primera, ni la segunda ni ninguna de las idas y vueltas que vivirá en su desmemoriada vida de pez de adorno ambiente.
Algo así suele pasar con las amistades y enemistades políticas, y la sociedad, medios de comunicación mediante, perderá la sucesión de fotogramas de lo que decían, hacían y pensaban sus dirigentes, referentes y/o funcionarios. Entonces vemos salir juntos y sonrientes del Congreso de la Nación dos muchachotes, muy altos los dos, que se acusaron de fraude, de robo electoral y la mar en coche. O que dos populares y verborrágicos políticos del sur, después de echarse o renunciarse y ningunearse a cara descubierta en cuanto medio radial, electrónico o gráfico se ponía en frente, se reúnen a puertas cerradas para sanar sus tripas empachadas y acordar un mensaje público para los periodistas que estaban atentos a ver el qué podían decir.
Y por caso, qué tal esa disputa política, mediática y por ende simbólica, de enorme semántica, entre el Estado argentino y las provincias con la otrora YPF de Repsol, la de los capitales financieros, que se decían españoles. Los que prestan mucha atención a los chismes de los pasillos políticos recuerdan que antes esa YPF, no la nueva recuperada por el Estado, era una privilegiada de las medidas del gobierno nacional; tanto de Él como de Ella.
Y en el relato histórico quedará que la actual mandataria le puso el cascabel al gato, reduciendo a casi nada todo el proceso de ir y venir que tuvo el gobierno con la petrolera concesionaria. Los españoles, Repsol y su YPF ahora resultaron mala palabra. Memoria de pececito.
Pero resulta que manejar la botonera no significa manejar la memoria. En la semana de conmemoración del 147 aniversario de Rawson, la capital de Chubut, se paseó por el centro administrativo, por las escuelas y por la playa, el micro de la escolta presidencial. Un ochentoso colectivo ploteado con granaderos a caballo galopando raudamente, una estampa enorme de San Martín nuestro gran Libertador, la leyenda “Granaderos, escolta presidencial” y en un costadito el sponsor: “Fundación YPF” (preste atención a la foto).
Si no fuera por el logotipo se podría haber sospechado ser de la nueva YPF; pero no, era de la tan española que capaz que San Martín se caería de culata si viera su rostro auspiciado por una petrolera privada, de mayoritarios capitales foráneos. Y luego la historieta esa de “la escolta presidencial”, que también parecía ser financiada, a modo de amistoso protocolo, por una petrolera extranjera, con pergaminos de madre patria y antes de ser la vaciadora, de ser la inversora de la Nueva Argentina --como decía un ex vicepresidente y ahora gobernador de provincia-.
Por las dudas a que todo fuera un disparate, a un mal intencionado se le ocurrió preguntar a los cuatro granaderos y una granadera que viajaron en el ochentoso colectivo si de verdad eran granaderos, o eran cinco grandes actores. “Somos granderos”, dijo gallardamente uno.
Muchas dudas no dejaron, porque durante los actos del aniversario se los vio como custodios de monumentos, tocar la diana cuando se izaba la bandera patria (otro detalle fatal: junto a la bandera nacional se izó el pabellón de Gales, uno de los estados miembros del Reino Unido) y decir los “¡presenten arms!” o los “vista derechz” de la vida militar.
Resulta que la averiguación no fue mucho más allá; pero si delató que junto a la nueva YPF sigue vigente la fundación de la petrolera, con nuevos planteos políticos y nuevo logo: la misma tipografía blanca en mayúsculas de YPF, con un serif corto hacia las terminaciones, pero sobre un fondo ya no azul, sino un celeste más argentino. San Martín ahora, estaría más contento. 

domingo, 16 de septiembre de 2012

Esta fauna en este zoo

Rawson es una ciudad abrumadora por las mañanas, de un cotidiano hormigueo de funcionarios, empleados, profesionales y oficinistas, y luego de estático tedio por las tardes, y ni hablar los fines de semana. Una ciudad que vive al ritmo de los tambores de la administración pública.

Desde las 7 hasta las 14 horas se habitan las oficinas públicas con dirigentes de primera y segunda línea, sus asistentes y alcahuetes, y desde las 9 hasta las 14 se mezclan con la fauna de periodistas. Los periodistas somos  una comunidad de fanfarrones (algunos muy distinguidos) que corremos de acá para allá, saltando los cordones de la vereda, esquivando charcos sin perder de vista el hilo de nuestras primicias. Es una fauna achatada, donde todos hacemos lo mismo y casi con los mismos resultados.
Si hay algo que me molesta de la misma manera que los chistes internos de los abogados son los chistes internos de los redactores de periódicos y cronistas radiales.
Somos como las cajas de bizcochuelo: poné dos huevos, leche, el contenido del sobre, manteca y con un rato de horno tenés la misma torta. Y ese bizcochuelo será el mismo que vamos a desayunar al otro día, antes de volver a hacer la misma receta, con los repetidísimos ingredientes, para seguir consumiendo la misma masa morfa y achatada.
Somos la fauna de periodistas de inacabable fanfarria en el tedioso zoológico de Rawson. Ni buenos ni malos, sólo animales.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Empatía con represores


Cuando le dijeron “Dios, Patria y familia” entendió que no eran sustantivos ni elegidos ni ordenados al azar. Fue su lección más brutal y más honesta, un ropaje que se hizo piel y sustancia. Lo que vino después fue una tragedia; pero una tragedia a fuerza de masacre, con responsabilidades y culpas. En sus almas –jodidas almas—no hay cinismo, sino pura lógica, raciocinio matemático, justificaciones por jerarquía, pensamiento elaborado e historia individual. El 22 de agosto de 1972 fue sólo un desenlace, uno de los tantos que tuvo y pudieron tener esas historias.

Dios habrá comprendido, Dios sabrá perdonar. Pero si todo es un teatro. Defensores, fiscales y querellantes riendo, fumando en comunidad. ¿Qué pueden saber de la guerra? ¿Qué enemigos creen tener? ¿Contra quién y qué podrían pelear? Y los jueces… de qué. ¡Eso! Jueces de qué. Jueces de universidad. Tampoco saben una mierda de la guerra. Idiotas útiles. Las preguntas previsibles, la condena anticipada, los diarios bañándose de inocencia. Culpables de ateísmo. Pantomima corrupta.

Sentados en fila, a veces conversan. Paccagnini, Del Real, Sosa y Marandino. Nada que se diga en las audiencias los perturba, ni los relatos más brutales. Protagonistas estoicos de su suerte. No sienten culpa, no les importa nada lo que ocurre. Teleconferencia, tribunales, exposición de croquis, procedimientos y formas. Descreen de todo eso que sucede, y así creen tener pelotas.

Nos equivocamos en no seguir la guerra. Dios sabrá perdonar.

*Escrito durante el juicio por la denominada Masacre de Trelew, cometida el 22 de agosto de 1972. Rawson, agosto del 2012.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Trelew, 40 años después


La ciudad valletana del Chubut tiene sus buenos y merecidos pergaminos en la inquietante y dolorosa pelea contra el autoritarismo sanguinario. Antes y después, es decir que antes de saber que el poder de los ridículos uniformados con galones de inentendible orgullo y soberbia anticiparan que eran capaces de todo y ya durante el Terrorismo de Estado tanto de facto improvisado como luego sistemático, se escribieron aquí algunas de las mejores páginas de la historia contestaría a los regímenes militares argentinos.
Durante toda la semana, Trelew vivió la conmemoración de la masacre que lo madrugó el 22 de agosto de 1972. Es una masacre que los contiene (a todo el pueblo, viejas y nuevas generaciones de trelewenses) en el mismo nombre de los hechos: la Masacre de Trelew, sin ser redundantes.
Porque Trelew es el protagonista de esta historia que no aceptó sumiso ni autista ni con temor lo que le fue sucediendo. O quizás con temor, sí; pero no fue paralizante, fue indignante y eso se sabe, se conoce, por la cantidad de documentos fotográficos, escritos en la prensa y claro que también por lo pétreo de su memoria oral y colectiva de lo que pasó antes, durante y después de los fusilamientos. Las recapitulaciones son asombrosamente coincidentes. Sólo resta con ir a las audiencias por el juicio contra los autores y encubridores que actualmente se lleva adelante para escuchar a los testigos locales de la barbarie del 72.
Antes fueron los vecinos solidarios que recibían a los familiares de los presos políticos confinados en la U6 de Rawson y los abogados defensores de los Tosco, Santucho y todos los demás. Luego fue la Asamblea del pueblo, la pulseada por los vecinos trasladados a Devoto y las manifestaciones públicas en el Teatro Español. Fue Trelew.
Ahora, aunque en la ciudad esas librerías de anequeles pretenciosamente cultos desconozcan La patria fusilada de Paco Urondo y La pasión según Trelew de Tomás Eloy Martínez, en los colegios se cuenta la historia sin los lavados eufemismos, y los chicos no andan con vueltas: escenografías que por ejemplo tienen un manto negro de fondo, con siluetas de los 19 fusilados la madrugada del 22 de agosto. De todas las siluetas sólo una era diferente: la de Ana María Villareal de Santucho quien al momento de producirse la masacre estaba embarazada de ocho meses. Esclarecedora distinción, porque los acribillados fueron entonces 20, de los cuales sólo tres lograron sobrevivir.
La memoria supera los caprichos mercantiles, y aunque un afeitado y engominado hombre, de prolijidad de camisa con corbata roja repregunte bien cómo se escribe el nombre de la obra y si Urondo va o no va con hache muda, la ciudad vive sus pergaminos con orgullo, que es muy diferente a la soberbia de esos dudosos galones de hombres sanguinariamente ridículos.
Es Trelew, cuarenta años después.

domingo, 5 de agosto de 2012

Prefiero el mar…


Qué no se habrá escrito ya de los mares. Sí, de los mares rimbombantemente en plural. Por eso ahora, me atenderé a una experiencia puramente personal, hacerme de él (el mar, ahora en singular), para construir no un mito, pero sí un relato simple. Será este mar, el de la foto. Capaz algún día tendrán que citarlo, y no decir que a este modesto escriba le gustaba el mar, sino el mar así y asá.
Y como claro, es escueto señalar que hay mares (claro, muchos mares) voy a dividirlos y discriminarlos. Entonces hay mares mansos, como el de los golfos que de tan ceremoniosos parecen grandes lagunas, achatados, sumisos, un poco aburridos diría. O mares pintados de turquesa, esos que fotografían los turistas en el pobre Caribe o en la misteriosa y no menos pobre Polinesia y que después del efecto, aburren y se dejan de mirarlos. 
Me acuerdo una vez que añoraba el mar; habían pasado unos meses sin verlo. Estaba en Lima y no sabía que estaba muy cerca de la costa. En el barrio de Miraflores de golpe se abre un barranco de 30 o 40 metros del altura y ahí, estuvo el mar. Era un gris de cielo plomizo, y por la altura se distinguían las distancias entre las olas que iban a terminar en la orilla. Lo observé con alegría, aunque no era exactamente el de mi preferencia más bien que lo había echado de menos.
Es así que prefiero otros mares (y aunque se achica el universo aún vale mencionarlos en plural). Los prefiero abiertos, mares violentos contra rocas o playas, esos de azul cobalto, ventosos, y generalmente mares fríos. Con aves aguerridas que vuelan al ras del agua para sortear las ráfagas con el mar encrespado.  
Esos porque el mar me es la fuerza, pura energía. Pero nunca algo cursi o romántico, sino una soledad íntima, de pensamientos con hondura, de meditaciones que pacifican. El mar me pudo significar de todo; pero elegí mi manera de que me guste. Un mar gritón y bullicioso, y a la vez un mar desapercibido que mis ojos aprendieron a mirar. Es sólo una preferencia, sin otro ningún sentido ni propósito.
Costa patagónica, Playa Unión.

lunes, 9 de julio de 2012

Sosiego


Trato de encontrar una nueva forma de escribir el 8 y el 5. La actual me deja unos retazos, problemas que me frustran.
Es que mi 8 no lo dibujo imitando el símbolo infinito pero en vertical sino que trazo dos esferas, una encima de la otra que en muchas ocasiones, desprolijas e imprecisas, se terminan por superponer: primera esfera superior, segunda esfera inferior previo alzar el lápiz. Imperfecta. Legible pero muy fea.
En cuanto al 5 imito un S pero con los ángulos rectos salvo la curvatura inferior que se apoya en el renglón, donde intento hacer un medio redondel austero pero decidido. El problema está al principio, cuando trazo la línea superior donde horizontalmente hago un doble rayón de izquierda a derecha y de derecha a izquierda que cuando sigo impreciso se bifurcan y separan para que cuando termino de dibujar el carácter se parece más a un número 3.
La solución está, al parecer, en la repetición metodológica de los principios de la letra cursiva, caligrafía que hace muchos años (desde los 11 cuando estaba en sexto grado) he dejado de practicar por disgusto e incapacidad: no alzar el lápiz salvo para el espacio entre términos y palabras y también para bajar de renglón.
En fin. El número 8 no me deja más remedio: hago una media esfera con un ángulo agudo y centrado en la parte inferior y consecutivamente hacer la otra mitad, justo debajo de esa, de la misma forma, sin alzar el lápiz nada más que invertida a la primera. Como dije arriba, hacer un infinito pero erguido.
Y el número 5 lo hago más simple y no más estético pero que evitan malentendidos con el resto de mis cotidianos. Desde arriba y la derecha un trazo recto y horizontal hacia la izquierda, una línea vertical hasta la mitad del carácter y una curva abierta a la izquierda abajo, similar a su antecedente, y sin levantar nunca el lápiz.
Quien piense que este tratado de caligrafía básica es menos que una tontería no se ha percatado, y ya no digamos de las bondades del expresar mejor y más bello si pudiera, sino de la simple tarea de ser indulgente con el aburrimiento de un domingo plomizo que bien pudiera nevar y no nieva.