sábado, 22 de noviembre de 2014

El barrio vivo

Mi barrio plebeyo es dulce y tierno como mi planta de naranja lima. El polvo suspendido esfuma la luz rasante del último atardecer, y dibuja siluetas pálidas de los peatones que se recortan en la parte más alta de la calle. Caminan como suele ocurrir en los barrios periféricos: por el medio de la senda.
El barrio Oeste, que en realidad nunca se sabe dónde empieza respecto al barrio Fontana, tiene un club modesto donde chispean algunas esperanzas que se precipitan tan lentamente como a su vez persistentes. El club nació de otros dos antecedentes, y para ser argamasa de tantas otras cosas no se anduvieron con vueltas, y lo bautizaron Club Alianza Fontana Oeste.
El barrio plebeyo es fronterizo entre el Puerto Madryn "aséptico" que se encaja con el golfo, y el Madryn potable que se apelotona contras las bardas.  
Llueve con sol y el olor a tierra mojada delata una melancolía alegre tatuada en los rostros de los que suben y bajan de lo que es la otra ciudad. Al mediodía y a la tarde, los hermanitos se van a buscar a la escuela y se llevan a cococho; los abuelos cortan camino por la diagonal de los baldíos.
Acá viven los laburantes, empleados precarios, asalariados de todo tipo, docentes, pastores religiosos, buscavidas y changarines. Es parte de ese Gran Puerto Madryn que respira al Oeste de la Juan B. Justo y que contradice el relato pulcro de una historia tan impostora que cercena bajo el rótulo de los "nacidos y criados" el testimonio de todos, sin exclusión, los Venidos y Quedados.
El Oeste parece lejano, pero a tan menudos minutos se aleja del Madryn de postal y se pisa el canto rodado de esa otra ciudad, la más discreta, la menos vendida y la más viva. Por esas cosas,
es el lugar que elegí para vivir.
Mi amigo César pasó por el umbral de la casa a tomar unos mates