martes, 26 de marzo de 2013

Moscardón


La escena está detenida, todos en pausa, congelados en sus tareas. El único que continúa móvil soy yo y extrañamente también una luz titilante y amarilla de la impresora. Elvio también está inmóvil claro, frente a su monitor encorvado hacia el teclado y con el índice congelado en dirección a la tecla espaciadora. Marlen con su mano en el mouse y mirando fijo el monitor. Marisa también está congelada, pero con los brazos a medio alzar y las manos detenidas cuando se frotaba ambos lados de las sienes, estancada en un gesto de queja, con los ojos cerrados.
El moscardón de la redacción es otro de los que puede revolotear y se escucha muy levemente el resuello de su zumbido en el mientras tanto de esta escena paralizada. Mi lapicera se me cae de entre las manos, choca contra el suelo, rebota y vuelve a caer, y es justo en ese segundo golpe cuando arranca la función: el ruido de los teclados, el televisor a muy bajo volumen, las offset de planta baja susurran al igual que la calefacción por aire caliente, se da el chirrido de una silla y la impresora toma y vomita papeles de matrices sin parar. Es el momento más caliente del cierre, todos en sus tareas.  
En el Periódico de Marisa, la directora Clonazepán resolvió que a partir de la gripe H1N1 no se puede compartir el mate. “En LU 17 lo hacen hace tiempo, pero en realidad para que no se pongan a conversar en grupo”, se diferenció con la radio golfina. Eso lo dijo el otro día.
Como estaba parado en medio de la redacción del periódico, giro sobre mí y bajo la escalera donde El Tío, quien me dio la sensación que hasta recién también estaba detenido, alza la vista por sobre los anteojos y me mira. Está escribiendo un tango sobre los “Nadies”. Me mira porque lo se, y entonces se sonríe. También sonrío.
Me puse a pensar que tenía una ventaja, leve, minúscula, pero ventaja al fin: seguí vivo durante ese instante. Le pregunté a El Tío si el barco se hundía, y salió gritando hacia el fondo, proclamando que “¡el barco se hunde, que nos vamos a pique!”. Volví a quedar pensante: él seguía más anticipado: supo antes que todos que de alguna manera, o de varias maneras, todo esto se iba al carajo. Tal vez El Tío tampoco se había quedado inmóvil.
La edición de mañana sale a destiempo; pero nadie lo notará demasiado. Un profesor de periodismo me lo dijo, a las once de la mañana el diario sirve para envolver los huevos de la despensa. Yo pensaba algo parecido, o algo complementario: hay que tener cuidado en cada línea que uno escribe, tiene que realmente valer la pena porque después de todo, se talan árboles para la estúpida nota de chusmerío político. La directora Clonazepán, está convencida que es periodismo, y al parecer por eso, contradiciendo el acto heroico de nuestro papel de todos los días, nos rompe los huevos.
La escena se congela una vez más. El Tío estaba por volver del fondo donde había salido gritando y ahí, congelado con una sonrisa fuera de sí, lo veo un poco partido. Se lo hemos dicho ya que está loco, y él sólo sonríe. En uno de los costados de la puerta del diario, las ediciones anteriores se acumulan sin vender. A diferencia de la situación anterior, nada vuelve a revivir, parece aquietarse para siempre. Quise regresar y no podía, mis manos se quedaron semi extendidas hacia el frente y mi cara ladeada hacia mi derecha. Todos estábamos paralizados; pero hacia el final noté que el moscardón continuó revoloteando.

martes, 19 de marzo de 2013

Fin del Estío



Reencontrarse con uno mismo, esa idea recurrente. Me desprecio cuando empiezo a escribir sin humor, pero acá estamos.
Este maldito espacio que pretendió ser un modesto tributo a Gabo empieza a ser un idiota diario personal. Lo absurdo es que ya otras veces sentí esto mismo. Irremediablemente quiero llamar la atención.
El panorama no es bueno: muchas horas de trabajo, presiones infundadas, desgaste, desmotivaciones profesionales y la sensación de que uno está engañado y solo.
Ahí parece que voy descubriendo el problema. Fue en ese momento que me traicioné, llevado por una fiebre que creía haber olvidado y despreciado.
Y ahora, en este momento breve; con el golfo que se abre y parece infinito, una cámara de fotos, esta libreta y Carver esperándome, casi como sus personajes. El verano ya se empezó a ir y como siepre lo va siendo de viejo.