sábado, 28 de septiembre de 2013

La vida es una cosa buena

Las lecciones que aprendimos y las personas que nos han enseñado algo. Ya fuera caminar, pedalear la bicicleta, las tablas de multiplicar o simplemente a confiar y por el solo hecho de saber que algo hemos aprendido y que alguien nos ha enseñado nos revela que la vida en sí es una cosa buena.
La pila de amigos que hicimos, algunos más o menos efímeros, los que tenemos la certeza de que son para siempre, esos que nos recordaron todo lo bueno y esfumaron todo lo malo, aunque hayan cambiado, se hayan ido lejos o nos hayamos enojado irreconciliablemente pero  por el solo hecho de haberlos sentido como amigos nos demuestra que la vida es una cosa buena.
Los libros de García Márquez, el ron cubano, el gol de Maradona a los ingleses, Casimiro tirando caramelos desde el avión, el viento, la lluvia, la poesía y la pintura, las aves migratorias y los frutos de invierno nos recuerdan que la vida es una cosa buena.
Los amores y los amoríos, los que llegamos a desnudar y los que nos dejaron como un trompo, los que remamos hasta creer que era posible, los que tuvimos miedo de confesar, los primeros besos y hasta los besos que cerraron historias confirman una vez más que la vida es una cosa buena.
Las rebeldías, los placeres insalubres, los bolsillos amplios y hondos, la invención de la rueda y el humus no nos permiten ninguna coartada: la vida es una cosa buena.
El mar, la fotosíntesis, cuando nos dejan pisar el césped, las explicaciones simples, las maravillas inexplicables y los tozudos en explicar cualquier cosa, la increíble teoría del color, el verano y hasta los que se juegan el lomo por una causa justa nos dejan sin escapatoria: la vida es una cosa buena.


jueves, 19 de septiembre de 2013

Cementerio de barcos

Los barcos parecieran estar depositados así sin más, sin ninguna lógica, sin ningún sentido. Más o menos torcidos no sólo exponen su deterioro y capitulación: oxidados, rajados por debajo y por encima de su línea vital, con cuerdas como tripas, amontonadas y penetrando por los intersticios. Desangrados.
Algunos parecen mayores y no sólo por su tamaño: las cubiertas repletas de sistemas, guinches, rond
anas.
En uno se delata otro alfabeto, de otro hemisferio pero sucumbido en estas latitudes.
Las piedras empujadas por la marea van cubriendo minuciosamente los fierros mientras simultáneamente se pican por la sal. Mallas de tela cuelgan por la popa del "María Dolores", las gaviotas se posan en los mástiles y una paloma se cuela por la ventana rota del puente del "Santa Clara". Desguazados pacientemente por el mar
.








domingo, 8 de septiembre de 2013

El río Senguer y el Eternauta

No fue casual la elección del guionista Héctor Oesteheld cuando en Eternauta ubicó una zona de seguridad a lo largo de la franja del río Senguer. En su obra más citada, esa donde un grupo de cinco argentinos enfrentan a una invasión extraterrestre en la que entre otros desafíos tienen que sortear una nevada extraña y mortal con trajes impermeables, los resistentes no tienen muchas opciones: o creer en las recomendaciones del exterior que captan por un transmisor de radio, o rechazar cualquier contacto con otros seres humanos en un momento catastrófico donde impera la ley de la selva y sino la ley del invasor (un ser superior con armas desconocidas y traumáticas).
Eternauta es una historieta pretensiosamente premonitoria para los intelectuales nacionalistas de la década del 50. En el mundo de la Guerra Fría y las dificultades de la Tercera Posición, hay que unir al pueblo para enfrentar al imperialismo, la invasión foránea.
El primer ataque fue una suerte de nevada radioactiva que apenas hacía contacto con las personas las liquidaba.
Aunque en el desenlace la zona de seguridad vacila entre una suerte de trampa y un artilugio invasor, Oesterheld imaginó que una buena zona de seguridad en la Patagonia, replicando lo que pasaba en otras partes del país y del continente, era el curso del Senguer. Este río que nace en la cordillera y concluye en los lagos Musters y Colhue Huapi tiene una serie de ventajas geográficas aprovechables para los sureños que si bien están bien acostumbrados a las nevadas, no eran muy duchos en esto de invasiones imperialistas en los años 50.
El Senguer recorre de oeste a este el centro geográfico de la región austral. En sus orillas se desarrolla una ancha franja de terrenos fértiles, arbolados y aptos para las actividades humanas. La posición equidistante entre los dos extremos de la Patagonia fue tal vez un aspecto central para un Oesteheld que además de un intelectual comprometido era un vasto conocedor de la geografía nacional. El Senguer podía conectar, además, fácilmente a los habitantes cordilleranos, los del litoral atlántico y por supuesto los del área central.

Desde el alto río Senguer, con su afluente lago La Plata, hasta la ciudad de Sarmiento con sus dos lagos hay una extensión de casi 350 kilómetros que niegan la fama desértica del territorio patagónico. Oesteheld también escribía para alertarnos, y en buena hora podemos recordar este pasaje del Eternauta que se ha mantenido desconocido a muchos de los propios patagónicos.    


domingo, 1 de septiembre de 2013

Epifanía en 88 palabras

De todas formas siempre resultará peor para ellos. Cuando más nos maten, más nos fusilen, más nos torturen, más nos quieran desaparecer más fuerte será el contraste, peor resultarán sus performances, más hondas serán las diferencias, más visibles serán sus miedos, más estériles serán sus odios, más precarios serán sus pergaminos y nosotros más reviviremos mientras más muertos estarán ellos. El funebrero que eligieron ser es un pobre, el más pobre de los pobrecitos, que cava su propia tumba sin poder nunca dejar de ser un pobre pobre.