jueves, 24 de enero de 2013

La fruta del diablo conquista el golfo Pérsico

La presidenta de la Nación, Cristina Fernández, se propuso conquistar el Golfo Pérsico y para ello no necesitó de aviones ni portaviones que la Argentina directamente no posee, ni armas atómicas, ni biológicas, ni químicas tácticas que nuestro pacífico país (uno de los pocos que gasta menos del 6 por ciento en militares y sus pesadillas) sabiamente tampoco posee. La presidenta, primero con sus funcionarios de línea de vanguardia, y luego personalmente con estreno de nuevo look y todo, se apoyó en un arma demoledora: la mismísima fruta del diablo, que estratégicamente cultivamos por esta parte del mundo.
Cuando éramos chicos, con mi hermano y un ejército de primos estábamos convencidos que la fruta del diablo era un fruto diminuto, de color rojo transparente que nacía de una mata que teníamos en el baldío, mucho más pequeña que el calafate y la rosa mosqueta que también se encuentra por la Patagonia. Fue un buen primo quien me advirtió que no me atreviera a comer ni uno, ya que si masticaba la pulpa podían pasarme dos cosas: o que el culo se me cerrara para siempre o que nunca más participara de la cofradía que hacíamos alrededor de esa mata en el fondo del baldío, donde cada tanto se hallaban sospechosos frascos de vidrio marrones con goteros, y donde conversábamos sobre el último 25 disputado. Claramente, como en ese momento no sabía qué consecuencias podía contraer lo de que se te cierre el culo para siempre, me aterró que me excluyeran de ese momento fraternal de pueblo y de la infancia.
Pero pasaron muchos años hasta que finalmente entendimos que el famoso fruto del diablo no era ni la manzana, mucho menos el plátano, y ni siquiera ese fruto rojo que hasta el ganado extensivo se rehusa a comer y del cual no conocemos ni el nombre. El fruto del diablo, es sin dudas la cereza patagónica (bien nacida de un árbol frutal y no una mata) con la que nuestra mandataria se propuso ni más ni menos que obtener la capitulación de las bien nutridas defensas persas.
Tras una delicada y riesgosa operación donde el mismísimo Khalifa bin Zayed al Nahayan, jefe de Estado de los Emiratos Árabes Unidos y mandamás del palacio Al Mushrif, terminó siendo conquistado por el poderoso fruto que envió el mismo Satanás, que en esta cuestión no es neutral y juega para los patagónicos, y según especulan algunos de los adelantados, el kalifa tendría las pupilas tan dilatadas que de ahora en más ningún banquete de la región (y si hay algo de lo cual saben bien los árabes es de banquetes y mujeres), podrá carecer de cerezas patagónicas. Efectividad cien por cien, llaman los amantes de las estadísticas.
El primer envío de 12 toneladas de cerezas fue rápidamente aceptado, y ahora se habilitó el ingreso de nuestro caballo de Troya: para los 4 millones y medio de habitantes que viven en la federación de los siete emiratos, se multiplicó por 30 el embarque de cerezas con una compra en total de 400 toneladas más del fruto de estación. Todo condimentado con la reciente visita de nuestra presidenta, claro (si hay algo que saben los persas…). La ciudad de Abu Dhabi, una de las más onerosas del mundo contemporáneo, mientras su kalifa se ausenta por largos ratos de los jardines de su residencia exótica y sofisticada sin mayores excusas que cuidar su investidura por las consecuencias de la cereza, se rinde al diabólico cultivo.

domingo, 6 de enero de 2013

“El número nacional” y el espíritu provinciano



No hay momento más esperado en el calendario de los pueblos del interior (pueblos y ciudades digo, que en el fondo siempre siguen siendo puro pueblo) que el día en que por fin se da la llegada de “El número nacional”. Porque “El número nacional” es quizás la demostración más acabada del espíritu provinciano y eso es motivo de jolgorio.
Y no es por desvalorizar a los talentos locales pero la llegada del tan esperado “El número nacional” es la comprobación fáctica de que el lugar de uno no sólo que está en algún lugar del mundo sino que además está en una nación. Pues con “El número nacional” uno se percata por fin de que no está en una novela de terror cuyo protagonista central es El ventarrón, y uno, si apenas, de reparto.
Si la farra es (nomás por dar un ejemplo) en febrero, ya a finales de septiembre (más tardar principios de octubre), hay una buena muchacha que es la primera en preguntarse quién será “El número nacional” del año entrante. Y como matar el tiempo es mejor si uno lo hace matándose de risa, a las sospechas del próximo “El número nacional” se le agrega la maldita “carne podrida” que los periodistas tan bien conocemos. Y alguno dice que viene Charly, otro que viene el Indio, o que viene León y uno no se la cree nada. Pero no cree nada hasta que aparece uno que tiene fama de chusma y te dice algo así como que “El número nacional” del año entrante es el chaqueño, y para muchos de nosotros comienza la depresión.
Pues si bien ser “El número nacional” ya es un reconocimiento de dudoso prestigio, a veces tampoco genera un efecto entusiasmante. Pasa que el chaqueño seguramente ya se lo vio, y se puede decir que a pesar de que llevaba una ridícula espuma en la cabeza, todos comprobamos que “El número nacional” de ese año era absolutamente de carne y hueso, casi como es uno.
Muchos son los lugareños que posarían por una foto con “El número nacional”, otros soñarían con ser como él. Y por supuesto, “El número nacional” tiene espuma en la cabeza cosa que lo hace fácil de distinguir entre el resto de los comunes, normales, corrientes, simples y gentiles pueblerinos. Lo más curioso de “El número nacional” es que a fin de cuentas no se trata de un número sino de un simple mortal que de manera absurda tiene espuma en la cabeza, y por lo general los pueblerinos si hay algo que no tenemos es espuma en la cabeza y eso, en definitiva, comprueba que somos muy distintos.
En algún lugar, “El número nacional” pasa a ser noticia, y los comentarios son de colección. Acá se los dejo: