martes, 29 de abril de 2014

Fin de semana puente

Aseguran que es martes, pero en este lugar es como si fuera viernes. Es el último día hábil de una semana laboral de sólo dos días, y cinco de descanso y/o disfrute. Dicen. Feriado puente le dicen, feriado largo.
Fueran cinco días o fueran dos --o si quiera fuera uno solo- creo que el único instante de plena felicidad es el minuto antes de terminar la jornada laboral. Los administrativos, burócratas y asalariados de tiempo completo por esta vez no escapan de prisa; y hasta esperan dos, tres o hasta cinco minutos que uno salga despacito por la puerta de ingreso que ya mismo estarán por cerrar. Otros ya la cerraron, y te invitan a salir por la puerta de atrás.
Durante todo este martes (aunque algunos no tenemos un solo peso) cuerpo y alma se anticipan a ese (supongamos) “gran momento”, y aunque ese instante pleno es efímero, de sólo figurarse el aire de esos días en que uno pudiera contemplar felizmente cómo se seguirán pasando los membrillos de la parte superior de la copa del árbol de mi vecino, o el cónclave cotidiano de esos gorriones que irrumpen la vecina metalera y hasta la insomne pasividad de los cuscos que cría la dueña del consorcio.
Se anticipa el cuerpo y el alma al fin de semana largo. Y entre todos esos seres efímeramente felices, entre los que efímeramente también me incluí, ahora surjo una vez más pero con miedos, pidiendo que no sea tan largo, que no resulte cerca de lo eterno. Porque alma y cuerpo -metafóricamente y concretamente-- no tienen un solo peso.