lunes, 9 de julio de 2012

Sosiego


Trato de encontrar una nueva forma de escribir el 8 y el 5. La actual me deja unos retazos, problemas que me frustran.
Es que mi 8 no lo dibujo imitando el símbolo infinito pero en vertical sino que trazo dos esferas, una encima de la otra que en muchas ocasiones, desprolijas e imprecisas, se terminan por superponer: primera esfera superior, segunda esfera inferior previo alzar el lápiz. Imperfecta. Legible pero muy fea.
En cuanto al 5 imito un S pero con los ángulos rectos salvo la curvatura inferior que se apoya en el renglón, donde intento hacer un medio redondel austero pero decidido. El problema está al principio, cuando trazo la línea superior donde horizontalmente hago un doble rayón de izquierda a derecha y de derecha a izquierda que cuando sigo impreciso se bifurcan y separan para que cuando termino de dibujar el carácter se parece más a un número 3.
La solución está, al parecer, en la repetición metodológica de los principios de la letra cursiva, caligrafía que hace muchos años (desde los 11 cuando estaba en sexto grado) he dejado de practicar por disgusto e incapacidad: no alzar el lápiz salvo para el espacio entre términos y palabras y también para bajar de renglón.
En fin. El número 8 no me deja más remedio: hago una media esfera con un ángulo agudo y centrado en la parte inferior y consecutivamente hacer la otra mitad, justo debajo de esa, de la misma forma, sin alzar el lápiz nada más que invertida a la primera. Como dije arriba, hacer un infinito pero erguido.
Y el número 5 lo hago más simple y no más estético pero que evitan malentendidos con el resto de mis cotidianos. Desde arriba y la derecha un trazo recto y horizontal hacia la izquierda, una línea vertical hasta la mitad del carácter y una curva abierta a la izquierda abajo, similar a su antecedente, y sin levantar nunca el lápiz.
Quien piense que este tratado de caligrafía básica es menos que una tontería no se ha percatado, y ya no digamos de las bondades del expresar mejor y más bello si pudiera, sino de la simple tarea de ser indulgente con el aburrimiento de un domingo plomizo que bien pudiera nevar y no nieva.