lunes, 16 de abril de 2012

Y un lunes de otoño


En realidad fue el domingo a la tardecita[1], que mirando por la única ventana que da al este me di por enterado que fue como de golpe que se desnudaron las copas superiores de los álamos más altos y viejos, mientras los otros se van tiñendo de un verdecito[2], muriéndose en la época donde de alguna manera todo se muere un poco.
Al parecer esto es así de franco. El otoño mata primero el verano y después el jolgorio. El invierno es muerte despiadada, angustiante. Pero es por eso que viene la primavera que hace nacer matando; matando ese invierno crudo. Y luego, el verano, que también se nos empieza a morir.
Ahora fue la melancolía del otoño arremolinada con el viento que por algún capricho recién llegó en la madrugada del lunes, un poco retrasado por el verano tardío al que tuvo emborrachado y a maltraer.
Y con el otoño no sólo llegó el viento; sino que también nos trajo ese aire frío, penetrante.
En conclusión: nos costó advertir el otoño este fin de semana. Es que si bien se acortaron los días[3] se cortaron más bien por la mañana y por eso mismo nos enteramos del todo el lunes, cuando algunos se desperezaron anudados en el ombligo, refunfuñando con la baldosa fría y deprimiéndose con la luz blanca del botiquín de cualquier baño.
Y así como los álamos, como los burletes y el rastrillo del placero se enteraron del otoño unos días previos, fue este lunes de frotarse manos que nos caímos final y recurrentemente en el otoño.


[1] Término no del todo académico que refiere a esa franja horaria que va desde el principio del ocaso hasta la noche. Acepción: nochecita.
[2] Verde desaturado, que de a poquito se nos va amarilleando.
[3] Expresión popular (?) que destaca esa vocación del sol por irse de hemisferio un rato antes de untar la manteca en la tostada.

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