lunes, 17 de diciembre de 2012

Del Ventarrón


El polvo en suspensión, uno de los efectos del Ventarrón.

Así como los cuyanos tienen el malhumorado Zonda y los porteños la acomplejada Sudestada, nosotros los patagónicos tenemos el jodido Ventarrón. Aunque los cuyanos podrían tener un doble motivo de queja al saber que su implacable viento tiene género femenino, así como los huracanes del trópico que siempre tienen nombre de mujer, nosotros, los patagónicos, tenemos algunos motivos más graves para querer ser los campeones del temporal de mierda. Porque básicamente, para el común de los australes de esta parte del globo, el viento es “viento de mierda”, sin más y los motivos sobran.
Cuentan los sanjuaninos que el Zonda se caracteriza por ser un viento seco (en eso sí se nos parece), cálido (en esto cuán diferente somos) y que provoca, entre otros tantos fenómenos, mal humor, agobio e incendios. Cuentan los porteños que su Sudestada viene,andá a saber por qué, del sudeste, generalmente con fuertes lluvias, provocando anegamientos, evacuados y cortes de luz. Respecto a los porteños, sólo nos emparentamos con algún ocasional corte de luz; aunque por motivos diferentes.
El Ventarrón es viento con tierra, de ahí su etimología (no se complique buscando si es cierto esto). Es seco, del oeste y el efecto principal, según los estudiosos del ánimo regional de la Universidad Nacional de la Patagonia, es un irreconciliable espíritu de quejarse por todo y contra todos. Por eso si ahora usted escucha a su madre o tía quejarse de que los broches del tendal son una “reverenda cagada”, no se olvide que hoy también sopla un día de mierda.
Y es un viento de mierda que llegó un día y se quedó por muchos. Es así que nunca nadie pudo, en esta polvorosa tierra, recordar cuándo fue que empezó el último temporal de viento. Algunos intentaron marcar el día en un almanaque, pero las marcas se trocaron con la de las pastillas anticonceptivas y ya no sabían qué tenían que tomar, si la píldora antiembarazo o la píldora del mal humor. Otros, más literatos, escribieron el primer párrafo el día que después de una copiosa lluvia comenzó el Ventarrón, pero perdieron el cuaderno, o se olvidaron de marcar cuándo fue que terminó el temporal o se olvidaron directamente que tenían que hacer un registro y hasta los más despistados, olvidaron que tenían un cuaderno. Sólo hubo alguien que sobrevivió a la misión de hacer el registro, pero su función social fue tan poco reconocida, que esta es la primera vez que se hará su merecido reconocimiento (aunque, por cuestiones ambientales, ocultemos su buen nombre).
La única manera indecente que encontraron los patagónicos para zafar del “viento de mierda” es elaborar buenos chismes de vecinos. Todo lo otro que provoca es más de lo mismo cuando uno está en días de mierda: mira el boletín de los críos, limpia la casa para que se vuelva a ensuciar en un rato (y uno pueda legítimamente seguir quejándose), o se sienta en el terroso sofá a ver la novela de la tarde.
No es porque el Ventarrón sea un “viento de mierda” que sí o sí tiene que ser un temporal de color marrón. Pero entre cielos pardos y opacos, desaturados, y muy luminosos por nubes también terrosas que difunden la luz, además del polvo en suspensión, el marrón es el color que se acostumbra.
Y uno ve copas de árboles que zarandean, autos que se mueven sin que nadie ocupe una butaca ni vertical ni reclinada (usted también sabe que muchas veces los autos se mueven alegremente con butacas reclinadas, ¿no es cierto?), y mujeres que caminan hacia el oeste, contrariando el espíritu del día, haciendo visera en los ojos no por el sol sino por la tierra, y con mueca de “¡Qué terrible!”. Yo que usted, hoy no hablaría con esa señora.
Sólo hubo una persona que logró registrar cuándo fue que empezó el viento y por cuánto se extendió. Es más, anotó al menos diez registros de los cuales la mayoría eran de tres a cuatro días de Ventarrón seguido; pero en uno, que le desbarató su estadística, contó de la siguiente manera: “28 de septiembre, primer día de viento de la primavera del 2009”. Y a los 22 días registró: “14 de octubre, mismo año: terminó el consecutivo Ventarrón. En tanto, se murieron 4 personas, se compraron 10 kilos de clavos, 13 cueritos de agua fría, hubo 2 nacimientos, ningún casamiento católico y sí dos concubinatos civiles”. Fue su último registro, pero al día siguiente de que escampó el “viento de mierda”, cuando nuestro documentalista murió sin mayores causas que una vejez terrosa, y entre sus manos tenía, aferrados contra el pecho, el cuaderno de sus registros con sus huellas marcadas en el polvo, volvió el Ventarrón. El comisario del pueblo, que también hacía, sólo por mera costumbre, de médico forense, resolvió tras tomarle el pulso las causas... y también las consecuencias del deceso: “Murió. Que día de mierda, ¿Cuándo irá a parar?”.

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