domingo, 8 de diciembre de 2013

La mulita madrynense

Si me preguntarán qué es para mí Puerto Madryn, contestaría sin dudar: la mulita. ¿La mulita? Sí, ¿Acaso no la vio? Estoy seguro que sí la vio, y que la vio un montón de veces. A lo sumo no la habrá mirado, pero sí o sí la vio. No la miró porque eso requiere pensarla, detenerse, irse un rato con ella y volverla a mirar diez, veinte, cien veces más. Hasta que se convierte en un problema, en una obsesión como le pasa a este cronista.
Está por toda la ciudad, y aunque parece quieta vive viajando. Ha llegado con su paso lento hasta Puerto Pirámides y ya regresó. Suele no avisar y se aparece. La mulita es una vándala que no se fija ni en bienes públicos ni privados. Infestó la ciudad del golfo con sus trazos regulares, sus patitas en punta y su cuerpo entero como medio huevo roto. Aparece en negro, rojo, verde, azul… aparece en esmalte sintético, fibra, con brochas variables. A veces, ofuscada, tiene un halo de furia vertical, que se eleva al cielo de su enchinche.
La mulita no tiene nombre y no tiene firma. Pero su carismática figura, para dolor de los líderes del orden aburrido, sigue expandiendo su recorrido.
Si la mira de una forma aparece plana, como caminando lateralmente -esto es, perpendicular a uno-. Pero otras veces, si usted la mira con fe, la puede notar tridimensional, viniendo hacia uno (incluso alguna yéndose por su punto de fuga).

La mulita, lo dijimos ya, es una vándala y también una gran viajera. Para mí Puerto Madryn es la mulita, y no al revés, porque sino todo eso no tendría sentido. Seguro que la vio, y la vio un montón de veces; el problema es ahora, que empezará a mirarla diez, veinte, cien veces.
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