miércoles, 15 de octubre de 2014

De un sueño

Érase un sueño invertido: pues el continente se reflejaba en el cielo. Permanecía en la mitad de cuadra que más he habitado en mi pueblo natal, sobre la vereda del hotel de mi abuela. El cielo que reflejaba la geografía del continente, distinguía claros los paisajes cenitales de la Patagonia, sus rutas y hasta los lagos del valle del corredor central. Me parecía lógico y maravilloso, lo veía junto a mi mamá. El reflejo transitaba lento, como llevado por una brisa de altura, se escapaba de a poco.
En la confitería del hotel busqué a mi papá, y cuando salimos no había reflejo, sólo un cielo celeste con almohadones de nubes bien dispersas. Sin embargo, por detrás de unos pinos que se divisaban hacia el oeste, el mapa empezaba a verse más claro y pequeño. Era como que la Tierra poseía luz propia, era capaz de reflejarse a sí misma en las capas atmosféricas.
Me impacientaba no poder mostrárselo a mi papá y hasta a mí mismo se me fugaba el reflejo que se perdía. La resolución tuvo un sueño (y no al revés): mi papá no pudo verlo, y al despertar comprendí que el reflejo no pudo ser nunca; que la Tierra carecía de luz propia y que por tanto sólo pudo ser una ilusión de sueño.

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