viernes, 20 de marzo de 2015

Elecciones

He elegido un libro y un lugar. El libro: Martín Fierro. El lugar: el umbral de mi casa.
Resultaría conveniente --lo doy por seguro-- montarme a la lectura de la literatura gauchesca en un lugar más cómodo: quizás: tirado a las anchas en mi cama, con el velador que ilumine parejamente el papel mate de esta edición de 20 por 30 centímetros la hoja, con más de 100 páginas de estudio preliminar, tipografía del 12, edición ilustrada, tapa dura, recubierta de tela y título estampado.
Pero no. Mejor será el tantas veces elogiado por este autor escaso: el umbral de la casa. Ese lugar angosto, casi ni frontera, que muy lejos de ser terrible resulta inquietante y hermoso: las piernas se arrojan el derecho de abrirse a sus anchas en las veredas y ocupar así el tan bastardeado espacio público.
Algún universo de responsabilidades, azares, contrapuntos y también coincidencias deben emparentarse para reunir estas variables aparentemente deslindadas: espacio público, Martín Fierro, o literatura folclórica, umbral, transeuntes, taxis, remises, perros, viento, ruidos, polvo chatarra y el fin de un verano que como el Martín Fierro, el umbral, el barrio, la pose y el espacio público nunca pretendieron ser algo anodino.

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