domingo, 17 de febrero de 2013

De las tristezas mal curadas


Seguramente mi abuela materna habría tenido esta misma hipótesis: lo más difícil de ocultar y sanar son las tristezas mal curadas.
Pésima medicina esa de creer que con una poción de esto y aquello puede sanar ese remordimiento compasivo –a veces maliciosamente autocompaisvo—de que todo huele a fruta disecada. Pues es lo inerte que nos desahucia y nos deja apesadumbrados porque a pesar de que el cuerpo se mueva presuroso y hacia muchos lados fue la vida cuando se nos quedó en esa misma baldosa, esperando quizás que nos vuelvan a buscar.
Ningún catarro podrá disimular ese cuerpo de aspecto carbonizado que aunque le pongan tres o cuatro accesorios suntuosos para disimular sigue siendo preso de un mal de amores, de traiciones, de rencores o de algún olvido.
Pretencioso de hallar la cura, di con un brujo involuntario que a quien bien se lo sabe pedir, entregó el secreto del remedio indicado: la única forma de sanar una tristeza mal curada es atrapando una mariposa blanca revoloteando en el aire. Fue el delicado remedio que este brujo, sabedor de su contrapartida, sólo confiesa a quien sabe que tiene ojos para mirar lo que de verdad importa. Mientras tanto él, a forma de chivo expiatorio, va cargando con todas las tristezas de quienes se pudieron curar.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.