sábado, 19 de julio de 2014

Enésimo desvelo

Lo dije a gritos. De todas maneras y a todos los que me interesan. Es cierto que no fueron --tal vez-- las palabras más justas, más precisas, pero fueron las más honestas. También es cierto que no fueron en el momento más oportuno y con más equilibrio, sino simplemente cuando más lo necesitaba. Lo he dicho a gritos, pero de esos gritos que parecen no levantar la voz, sino que atacan-reclaman. Lo he hecho por desesperación, por enojo, por defecto, por tristeza, por amor, por mi mismo; pero también lo he hecho por los otros, aunque no lo adviertan.
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La angustia me genera un dolor en el pecho, ese dolor no me deja pensar en otra cosa. Las piernas se impacientan como exigiéndome correr, pero correr no puedo. Quiero que algo urgente me calme y no encuentro ni quién, ni cómo. Tan solo y tan lejos, tan nada; sin fuga.
Me desespera ya no poder salir, ya no poder volver. Me desespera el silencio, forzado, cuando lo grité tanto.
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¿Y si tuviera que recurrir a todo aquello que creí prescindible? Prescindible sin conocerlo. De algún modo tiene que volver el apetito a las cosas básicas: al sexo, a la literatura, a la fotografía, a la soledad. Es eso, en fin: inapetente soy un muerto.
Hoy la crucé a Carolina. Un encuentro fugaz y casual; dos caminantes perpendiculares que acertaron desafortunadamente en tiempo y espacio. Ella me advirtió primero y me miró; cuando yo la vi me dijo un hola con la dosis más precaria de cortesía y torció su mirada hacia el frente, siguiendo su rumbo. Me paré en la esquina cuando hasta ese momento no había podido decir nada. La llamé, dos veces y en la segunda ocasión giró a unos quince metros míos y sólo me hizo un gesto que me es casi imposible reproducir: con su mano derecha alzada dibujó un "mejor no" o quizás en realidad fue un "basta".
Mañana es feriado. No me gustan los feriados porque replican más profundo mi vacío. Me vuelvo al pueblo; así no puedo seguir. 
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Empapado por el sudor y atentado por la angustia que se delata en el estómago. Tieso me descubro en posición que llaman fetal. Desesperación creciente. Rápido busco un refugio mental, un sueño plausible y mi mente --ya viene siendo costumbre-- falla. Hay huecos, oscuros, como de profundidad. Me asomo y no veo nada. Pienso en arrojarme, en planear, dar giros concéntricos y fundirse en ese abismo.
Es pánico a la soledad, a mi soledad no compartida, sin compartimentos. La literatura me hiere, el cine me hiere, la música me hiere y los recuerdos me hieren.
El amor es la sumatoria de todos los miedos. Hago cosas que parecen absurdas; o no, no lo sé del todo. Actúo por instinto, a veces, muchas, por desesperación. El tiempo, lento, plomizo, triste, lo goza. Y decía que la sumatoria de todos los miedos, de todos los tiempos, eso es el amor; no otra cosa.


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