domingo, 29 de junio de 2014

Memoria

El bombero de guardia administra el sueño y la memoria trágica de la ciudad. En la tercera madrugada del nuevo invierno el botón de la sirena de viento es pulsado durante 34 segundos y propaga su sonido durante al menos un minuto diez/quince segundos.
El perro de mi vecino, a partir del sexto segundo de la sirena, imita el sonido y aulla parejo y constante irguiendo el cuello, oblicuamente, hacia el cielo gélido y estrellado.
El ciudadano de la cuarta cuadra abre los ojos ladeado hacia la izquierda de la cabecera de la cama matrimonial. Observa el despertador, rememora, se cuestiona, se duele y vuelve a tratar de conciliar el sueño.
La empleada de panadería camina hacia su trabajo apurada cortando el frío por el medio de la calle. En un primer instante no lo medita, escucha y ya; pero algo la zamarrea y la obliga. No lamenta, no suspira y mucho menos llora; pero lo piensa.
Pero decía antes del administrador del sueño y de la memoria trágica, quien se afana en voltear hacia los dolores, hacia esa maldita carga que pesa sobre esta ciudad que hoy, tres días después de la noche más larga parece congelada. El perro aulla y las personas se despiertan, rememoran, tragan saliva y vuelven a dormir. El perro deja de aullar. Y el peso sigue.

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